Opinión

Colima y los alrededores de los Volcanes en septiembre-diciembre de 1810

Décimo novena parte

Abelardo Ahumada

“EL DESPERTADOR AMERICANO”. –

Ya que estamos hablando de las muchas “las muchas borucas” que según el padre Francisco Vicente Ramírez de Oliva se estaban llevando a cabo en Guadalajara, conviene ahora que nos refiramos a otro de los curas que mayor notoriedad alcanzó durante los casi dos meses que el padre Hidalgo permaneció ejerciendo “acciones de gobierno” en Guadalajara: me refiero al padre Francisco Severo Maldonado, quien desde 1806 hasta casi al finalizar noviembre de 1810 había estado fungiendo como párroco del pueblo de Mascota; parroquia y cabecera de partido de la que entonces dependía el antiguo pueblo indígena de Tlallipan, Tlapa o Talpa. Un presbítero intelectual del que no se puede dejar de hablar, puesto que, a los pocos días de haber llegado el líder de los insurgentes a la capital de la Nueva Galicia, lo nombró director de “El Despertador Americano”, el primer periódico que se publicó en todo el Occidente de lo que hoy es México y que durante su corto lapso de aparición funcionó como la voz oficial del movimiento insurgente:

De conformidad con la información que se tiene sobre su vida, el padre Maldonado nació el 7 de noviembre de 1775 en el entonces muy pequeño pueblo de Tepic, pero sus papás se lo llevaron todavía siendo niño a Guadalajara, en donde, andando el tiempo ingresó primero al Seminario Conciliar y luego a la Universidad, convirtiéndose en ambas instituciones en uno de los alumnos más brillantes de su generación. Brillantez que lo llevó a ser seleccionado como el único estudiante de aquel claustro que hizo uso de la palabra cuando, en 1797, el obispo Juan Ruíz de Cabañas arribó a dicha ciudad para hacerse cargo de la diócesis de Nueva Galicia, y de quien recibió las órdenes sacerdotales dos años después:

“Precedido de gran fama dejó las aulas el joven Maldonado. Sus bastos y profundos conocimientos en Filosofía y en Teología, además de su elegante estilo, fácil palabra y bastante erudición hacían de él un cabal hombre de letras”; fue un gran profesor que tuvo oportunidad de dar “casi todas las cátedras del Seminario”; pero se especializó en las de Latín y Filosofía desde antes aún de haberse ordenado. (Juan B. Iguíniz, Apuntes biográficos de D. Francisco Severo Maldonado, hacia 1910, p. 5).

Fue cura de Ixtlán del Río de 1800 a 1804, y de Mascota de 1806 a 1810, caracterizándose porque aparte de su labor pastoral fundó escuelas primarias en ambos pueblos, sosteniéndolas con las limosnas y sus propios recursos.

“Las horas que le dejaban libres sus tareas parroquiales empleábalas en el estudio, especialmente en el de Ciencias Sociales, en las cuales llegó a figurar como una notabilidad y, según la opinión de algunos autores, fue el primer mexicano que conoció y escribió sobre Economía Política. Su biblioteca la formaban las mejores obras de Filosofía, Legislación y otras materias, sin faltar las entonces relativamente escasas de Rousseau, Voltaire, Diderot, y otros filósofos franceses, cuya lectura, naturalmente aficionó sus ideas”. (Iguíniz, p. 8). Por lo que no le fue nada difícil coincidir y simpatizar con los planteamientos que su también brillante colega, Hidalgo, tenía en esa misma línea de pensamiento y acción.

Y hablando precisamente sobre esa línea de pensamiento y acción, resulta que otro presbítero historiador, contemporáneo nuestro, al estar tratando de referir la historia de la actual basílica de Talpa, que en su tiempo como capilla dependía del curato de Mascota, se encontró algunas notas sobre el padre Maldonado de las que entresacó lo siguiente:

“En cuanto supo que el Sr. Cura Hidalgo se había levantado en armas en favor de la causa [independentista] y caminaba sobre (sic) Guadalajara, se llenó de entusiasmo y decidió unírsele”.

“[Pero] más sabía el valiente Cura Maldonado de libros y teorías que de soldados y armas: [por lo que] a pesar de eso y de las duras prohibiciones de la Sagrada Mitra de Guadalajara, salió el buen cura de gira por los principales lugares de su jurisdicción y con su lógica llena de entusiasmo logró reunir un número regular de voluntarios con los que improvisó un [pequeño] ejército y marchó con rumbo a Guadalajara con la intención descrita”.

“Mala fue su estrella como guerrillero, pues cuando apenas se acercaba a Guadalajara fue atacado por fuerzas contrarias […] perdiendo, entre muertos, heridos y fugitivos la casi totalidad de la gente”. Viéndose obligado a disfrazarse “de campesino, y con sólo dos compañeros entró” a la ciudad, donde ya entonces estaba el cura Hidalgo, quien, tal vez porque ya conociera “el talento y la vasta cultura del” padre Maldonado, en cuanto se entrevistaron “le dio el nombramiento como director del primer periódico que tuvo la causa de independencia” (Manuel Carrillo Dueñas, Historia de Nuestra Señora del Rosario de Talpa, 2009, p. 210).

No quiero abundar en los comentarios sobre este ilustre señor porque no fue constante en su lucha y más tarde cambió “de chaqueta”, pero no me queda menos que reconocer que como redactor de “El Despertador Americano”, del que se publicaron siete números entre el 20 de diciembre de 1810 y el 17 de enero siguiente, pasó a la historia; catalogando, por cierto, a Hidalgo como “el nuevo Washington”. Tal y como se mira en una exaltada arenga que desde las páginas del primer ejemplar lanzó a los criollos:

“¡Nobles Americanos! Virtuosos Criollos ¡Despertad al ruido de las cadenas que arrastráis hace tres siglos! Abrid los ojos a vuestros verdaderos intereses, no os acobarden los sacrificios y privaciones que forzosamente acarrea toda revolución en su principio, volad al campo de honor, cubríos de gloria bajo la conducta del nuevo Washigton que nos ha suscitado el cielo en su misericordia, de esa alma grande, llena de sabiduría y de bondad, que tiene encantados nuestros corazones con el admirable conjunto de sus virtudes populares y republicanas. Coronaos de nuevos laureles acabando de destrozar al enemigo, o forzándolo a adoptar nuevos designios saludables y patrióticos”.

INTENCIONALIDAD Y “MIRAS” DE LOS GOBIERNOS INSURGENTES. –

Más allá de su participación como redactor y director de “El Despertador Americano”, quiero señalar que, motivados por las pláticas (y tal vez hasta por las predicas) que había pronunciado el padre Maldonado en Mascota, Talpa y sus alrededores, hubo por allá otros individuos que simpatizaban con la causa independentista, mas no así el padre capellán, que se llamaba Juan Nepomuceno Romero, el que algunos meses después decidió encabezar también otro contingente, pero realista; a quien, sin embargo, le tocó presenciar la llegada a Mascota de uno de los dos grupos insurgentes colimotes, justo en el momento en que el padre Maldonado iba en camino (o estaba por arribar) a Guadalajara, tal y como nos lo indica Carlos Boyzo al escribir:

“En los primeros días de diciembre”, luego de haber dejado ya a Autlán y a otros pueblos vecinos bajo la sujeción provisional del gobierno insurgente, Calixto Martínez, Cadenas “entró  a Mascota mandando una compañía, ‘con el propósito de arreglar la Administración; en lo que se ocupó cosa de ocho días, conduciéndose su tropa con bastante subordinación y manejándose él mismo con mucha honradez y política’”. (Boyzo, p. 36 y ss. tomando como base un informe que sobre esos días rindió el padre Juan Nepomuceno Romero, y que se halla en el Archivo del Arzobispado de Guadalajara).

Dato por el cual ahora nos enteramos de que, cumpliendo con la comisión que se le había dado, y aprovechando la experiencia adquirida en el Ayuntamiento de Colima, “Cadenas” estableció también en Mascota un gobierno insurgente. Partiendo ya desde allí, “con mucha gente armada”, hacia el “Real de San Sebastián, donde la mayoría [de los habitantes] del pueblo salieron a recibirlo”. Y en donde al día siguiente promovió la realización “de un juramento a todos los que habrían de seguir el partido de los rebeldes” (Boyzo, p. 37); tal y como se puede leer en un interesante documento que este historiador transcribió en sus indagaciones. Demostrando que, no queriendo avasallar a las autoridades que los habitantes de ese pueblo minero tenían, Martínez siguió dejando como Subdelegado, pero ahora “del Nuevo Gobierno”, al señor José Ángel Solís, tras de hacerle jurar también, y advertir que debería administrar “pronta y buena justicia en la verdad y por escrito en todas las causas [… de conformidad con] los fueros, leyes, derechos y costumbres que han estado en uso”. (Boyzo, p. 132).

Otro detalle que dicho documento contiene es que se le avisó al dicho subdelegado (para que posteriormente les informara a todos los alcaldes de su jurisdicción) que “el Nuevo Gobierno” no tardaría en hacerles llegar el bando mediante el que se les estaba instruyendo a todas las nuevas autoridades de Nueva Galicia “que los indios y demás castas tributarias” dejarían de seguir pagando las pesadas contribuciones civiles y eclesiásticas a que estaban anteriormente sometidas. Todo ello de conformidad con el decreto mediante el que, el 29 de noviembre, el padre Hidalgo abolió en Guadalajara la esclavitud y el pago de ciertas alcabalas.

Dato que nos sirve ahora para entender, también, cuáles eran el rumbo y la intención que los comisionados de Hidalgo estaban tratando de dar a los gobiernos que instalaron en los pueblos que iban tomando.

El documento de referencia está fechado el 15 de diciembre de 1810 “en el Real de los Reyes”, por Calixto Martínez y Moreno, Luis Altamirano y Ramón Brizuela. Todo esto antes de partir también con su gente a Guadalajara, a donde se supone que llegaron ya muy cerca de la Navidad.

“EL LEGO” GALLAGA Y OTROS LÍDERES A CONSIDERAR. –

No debo concluir esta larga relación sin mencionar que entre los miles de paisanos que testificaron el arribo de Hidalgo a Guadalajara, estaban dos hermanos de apellido Gallaga, que se identificaban como sus sobrinos por la parte materna: uno se llamaba Ignacio y otro Juan Miguel.

Del primero no tenemos más datos, pero del segundo sabemos que nació en algún punto de la Nueva Galicia y que tenía familiares por el rumbo de Zapotlán El Grande; por lo que podríamos inferir lo mismo en cuanto al primero. (Alejando Villaseñor y Villaseñor, Biografías de los héroes y caudillos de la Independencia, T. II, 1910, p. 27).

Se sabe, además, que Miguel había ingresado siendo muy joven al convento que la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios tenía precisamente en Guadalajara, aunque no quiso, o no tuvo tiempo de profesar como religioso, y conservaba ese estado cuando, inspirado por las acciones de su famoso pariente, decidió sumarse junto otros de sus compañeros “legos” al movimiento, quedando bajo las órdenes de José Antonio Torres.

No sabemos si entre el maremágnum de gente que durante diciembre de 1810 pululó en Guadalajara, Miguel Gallaga se haya podido entrevistar con su tocayo y tío, pero de lo que sí hay cierta claridad es que, estando enterados los indios y los demás colegas con los que convivió del parentesco que tenía con “Su Alteza Serenísima”, no faltó quien lo bautizara con el mote de “El Príncipe” (Ibidem, p. 29). El hecho, sin embargo, es que como las acciones por las que se dio a conocer y empezó a tener fama se verificaron a partir de enero de 1811, tendré que suspender su relación en este momento, para no sacarlas de su contexto y aprovecharé la oportunidad de comentar algo de la que aconteció en la Villa de Colima y los pueblos aledaños durante la segunda intervención que el Capitán Rafael Arteaga tuvo por aquellos rumbos:

Con relación a dicho capitán lo último que habíamos dicho fue que salió de Colima rumbo a Guadalajara llevando consigo, en calidad de presos o secuestrados a 20 españoles que radicaban en aquella Villa, y que habiendo llegado a “La Perla de Occidente” con toda probabilidad el día 25 de noviembre, tuvo tiempo y modo de presenciar el 26, la “apoteósica entrada” del padre Hidalgo hizo a su vez a esa capital.

El siguiente dato que nos pudimos encontrar de él, es que para el 11 de diciembre de 1810 ya estaba de vuelta en Colima, presentándose ante el subdelegado, José Sebastián Sánchez, y ante el Capitán Martín Anguiano, “depositario de los bienes de europeos”, con una instrucción que le extendió el 3, “el Brigadier de los Ejércitos Americanos”, don José Antonio Torres, que en esencia dice así:

“Por el presente doy comisión amplia y bastante cuanto en derecho se necesite, al Capitán D. Rafael Arteaga, de los Ejércitos Americanos, para que pase por Sayula, Zapotlán el Grande y demás hasta Colima y sus contornos para que venda cuanto se le proporcione de todos los efectos [de] 6 haciendas embargadas a los Europeos; pues aunque de estos caudales algunos tengan herederos, se les dejará un tanto, según la familia que tengan, para su mantención, y lo demás quedará para sostener las Tropas Americanas […] Dado en el Cuartel de Guadalajara”, etc. (Rodríguez Castellanos, p. 70).

El documento trae por error de transcripción la fecha “3 de noviembre”, pero es evidente que correspondía al 3 de diciembre, por cuanto que el 3 de noviembre no había sucedido aún, siquiera, la batalla de Zacoalco.

Aquella instrucción, por lo demás, le daba al Capitán Arteaga un poder que no había tenido cuando dos meses atrás entró por primera ocasión a Colima. Y lo que cabe señalar en ese sentido es que, según varios documentos que después fueron apareciendo, abusó de ese poder incluso en beneficio propio; como tendremos oportunidad de comentar en el capítulo siguiente que espero sea el último de esta larga serie.

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