Opinión

“LA CAPITAL MUNDIAL DEL AGUACATE”

VISLUMBRES

Abelardo Ahumada

¿Algunos de ustedes, amigos lectores, han escuchado o leído algo acerca del pueblo de Tingambato? ¿Saben en dónde se ubica y si hay en ese lugar algo digno de ser contado? Su servidor pasó la primera vez por ahí, una mañana hará unos 25 años, yendo desde la ciudad lacustre de Pátzcuaro, Michoacán, hacia la de Uruapan, para conocer y visitar el Parque Nacional del Río Cupatitzio.

Algunos años después volví a pasar por ahí cuando, junto al licenciado Miguel Chávez Michel, al abogado Juan Delgado Barreda y al profesor Antonio Magaña Tejeda, nos tocó participar en un Congreso Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas, que tuvo por sede Morelia. Habiendo podido observar en tan memorables momentos que el dicho pueblo de Tingambato está, precisamente, como a medio camino entre Uruapan y Pátzcuaro, a una altura promedio de unos 1900 metros sobre el nivel del mar, en donde abundaban aún los cerros y las lomas cubiertos de bosques de pinos, encinos, robles y oyameles. Bosques que, sin embargo, evidentemente estaban comenzando a desaparecer, por causas que en ese primer momento me resultaban totalmente desconocidas. Pero unos cuantos minutos después, al entrar por la carretera a Uruapan, vimos un gran letrero que decía: “Bienvenidos a la Capital Mundial del Aguacate”. Y comencé a entender…

No voy a describir todas las maravillas naturales que pudimos observar en el parque del Río Cupatitzio y en los alrededores de Uruapan, pero sí quiero afirmar que todo aquello hoy peligra precisamente por el mismo hecho de lo que en ese hace tres décadas hacía sentir orgullosos a los uruapenses.

Complementando la observación, quiero comentarles que, en aquel viaje inicial, luego de manejar hasta Los Reyes, pasando por Paracho, Tocumbo y varios otros interesantes lugares más, consulté el mapa de carreteras de Michoacán con que me iba guiando, y conté once municipios al hilo en donde era muy claro el fenómeno de la sustitución de los bosques por el cultivo del aguacate. Y fue entonces cuando dimensioné el motivo de mi preocupación, porque mientras que los bosques no piden riego y sí conservan, en cambio, gran parte de la humedad que se genera en las montañas en tiempos de lluvias, los aguacates son demandantes de riego y no retienen la humedad en el suelo, por ser árboles de follaje denso y con gran superficie en sus hojas.

Más tarde, cuando asistimos al mencionado Congreso Nacional de Cronistas con sede en Morelia, y subsedes el Tiripetío, Pátzcuaro y Uruapan, les pregunté sobre ese tema a varios otros colegas del rumbo y todos coincidieron con que, en efecto, por ser más inmediatamente rentable el cultivo del aguacate, algunos grandes capitalistas (que se habían convertido en eso tras de haber sido antes implacables talamontes) estaban invirtiendo en gigantescas bodegas de almacenamiento y embarque, y estaban promoviendo fuertes campañas publicitaras de diversas ciudades de los  Estados Unidos en donde suelen habitar paisanos mexicanos, para imponer allá (muy exitosamente por cierto) la moda del guacamole. Moda que, si bien traía numerosísimas fuentes de empleo y una gran cantidad de impuestos, por otra parte, trajo (y sigue trayendo) lamentables trastornos ecológicos, primero por exagerada demanda de agua que ya mencioné, y segundo, porque al desaparecer los bosques como tales, desaparecen también numerosas especies de la riquísima flora que los caracteriza, y se disminuyen y perturban los hábitats de una gran cantidad de especies animales con muy pocas o nulas posibilidades de recuperación.

Este balance de bienes y males asociados ya es una realidad mayor no sólo en el estado de Michoacán, sino en el vecino estado de Jalisco y, por supuesto, también en Colima, donde, sobre todo en las faldas de nuestros dos hermosos volcanes, ya hay numerosísimas hectáreas (más de doce mil), dedicadas recientemente al cultivo “del oro verde”. Tal como lo comentamos en nuestra colaboración anterior.

LOS PURÉPECHAS SE REBELAN. –

Volviendo a la pregunta inicial, resulta que un día de principios de octubre del año pasado, justo en el pueblo de Tingambato, se “dieron cita autoridades comunales de más de 30 núcleos agrarios de las distintas regiones purépechas, como el Lago de Pátzcuaro, la Cañada de los Once Pueblos, la Ciénaga y la Sierra, que en conjunto representan a más de 200 mil hectáreas, y a emblemáticos cerros como el de Comburinda, el Cerro del Águila y el Cerro Grande entre otros”, para, después de analizar las condiciones sociales, económicas y medioambientales en toda esa extensa y otrora boscosa área, conformar la organización que tuvieron a bien llamar Unión de Comunidades Indígenas Forestales de Michoacán, entre cuyos propósitos iniciales estaba el de trabajar intensamente “en la recuperación de los bosques”, pensando siempre en que “no se puede hablar de conservación ambiental, sin atender los problemas del desempleo y la pobreza”.

Ahora, seis meses después, esas mismas autoridades comunales (que ya integraron a una decena de núcleos más), publicaron, el 21 de este mayo que ya casi concluye, una interesantísima resolución, a la que, siguiendo en parte los esquemas que utilizaron “los revolucionarios zapatistas chiapanecos” entre 1994 y 1995, titularon: “Declaración de la Unión de Comunidades Indígenas Forestales de Michoacán por el Planeta”. Y va dirigida “a Los pueblos de México y el Mundo”. Con principal enfoque en “la Sociedad Civil”.

“Declaración” que me parece sumamente interesante y que, si salen las cosas bien, creo que por su contenido se convertirá en un documento señero para muchísimos pueblos y comunidades que padecen similares problemas.

En su “Declaración” del 21 de mayo, estos indígenas partieron del hecho de ser y autoproclamarse “comunidades originarias, pertenecientes al Pueblo P’urépecha, miembros de la única raza: la humana, la de todas las mujeres y todos los hombres que pueblan el planeta Tierra”. Y afirman: “nosotros habitamos los bosques en que nos dejaron nuestros antepasados, y por los que pelearon contra todos los invasores; ese gran territorio es el territorio de los P’urépecha y se encuentra conformado por muchas comunidades, entre ellas las aquí firmantes. En nuestro territorio nacen ríos y lagos por la humedad que generan nuestros bosques. Nuestros ancestros nos enseñaron a vivir en el bosque con el mismo derecho que tienen otras especies. Durante cientos de años nuestra madre tierra nos ha dado alimento y cobijo. A la sombra de nuestros árboles ha florecido nuestra cultura, tan rica y digna como todas las culturas del planeta.

Pero ha sido que en los últimos años nuestros bosques se han mermado y han disminuido su extensión, así como nuestros ríos y lagos cada vez tienen menos agua y cada vez están más contaminados. Y esto ha sido por el llamado ‘desarrollo’ y ‘progreso’. A nosotros nos dijeron que estábamos atrasados y que este país no progresaba por culpa de que los indios nos aferrábamos a un estilo de vida contrario el desarrollo. Y entonces empezaron gente de fuera y gente de nuestras mismas comunidades a talar los bosques y cambiar el bosque por huertas. Las bandas de talamontes se convirtieron en verdaderas organizaciones criminales y con violencia se llevaban los árboles. Después vino el cambio de uso de suelo con el ‘oro verde’, es decir, el aguacate y últimamente las frutillas [como las zarzamoras, los arándanos, los berries y las bayas]. En los últimos 30 años hemos visto a los bosques desaparecer dramáticamente. Nuestro bosque es hogar del coyote, el puma, el gato montés, el venado, el águila y el hombre; y se encuentra amenazado por un modelo de desarrollo que considera al dinero su máximo valor”. Por lo que agregan:

“Nosotros hemos decidido cambiar de rumbo, porque es ahora o nunca que hay que hacerlo. El calentamiento global es una realidad y el aumento de la población humana nos obliga a cambiar de vida y tal vez volver a la que tenían nuestros abuelos. Es una vergüenza para la raza humana que el modelo de desarrollo capitalista haya exterminado tantas especies de animales y plantas a una velocidad sólo equiparable con el meteorito que extinguió a los dinosaurios. Nosotros no le apostamos al desarrollo del modelo capitalista; nosotros le apostamos a la vida. Le otorgamos más valor a un árbol que a un tren; a un águila que a un avión; a un bosque que a una huerta; a un río que una autopista. [Y] porque aún estamos a tiempo de salvar el paisaje que inspiró a nuestros poetas […] Nos hemos reunido, hemos platicado esta preocupación y nos hemos comprometido a los siguientes acuerdos:

  1. Que cada una de nuestras comunidades renuncia a continuar con el cambio de uso de suelo sobre los bosques. 2. Que cada una de nuestras comunidades renuncia a la explotación y tala de los bosques. 3. Que cada una de nuestras comunidades se opone a la realización de megaproyectos que afecten zonas de bosques o zonas de recarga para mantos acuíferos.4. Que uniremos nuestros esfuerzos entre comunidades para la consecución de los mencionados objetivos.
    5. Que declaramos que cada una de nuestras comunidades será prioritariamente forestal sobre otro uso del suelo. 6. Que desconocemos cualquier concesión de uso minero o petrolero en nuestro territorio. 7. Que desconocemos cualquier compraventa sobre suelo ubicado dentro de tierras comunales. 8. Que vamos a organizar proyectos conjuntos de reforestación en todo el territorio respetando la autonomía de cada comunidad. 9. Que en base al acuerdo 169 de la OIT vamos a establecer entre nosotros todos los acuerdos y alianzas que sean necesarios para construir comisiones intercomunales para la conservación de nuestros bosques.

Con estos acuerdos es que queremos conservar los bosques ubicados en el territorio que aun conservamos los pueblos originarios después de los despojos coloniales y post-coloniales. Con esto nos comprometemos a contribuir al combate contra el cambio climático y a trabajar por la conservación de especies de flora y fauna.

Desde las cuatro regiones del Territorio P’urépecha saludamos a todos los pueblos y organizaciones del mundo que luchan en favor de la vida y especialmente a los de nuestro país, México.

Con el corazón en la palabra: La Unión de Comunidades Indígenas Forestales de Michoacán por el Planeta”.

Declaración a la que con toda sinceridad y convicción enteramente me sumo, pese a saber que hay poderosos intereses que en el cuidado de sus ganancias seguirán haciendo todo cuanto consideren necesario hacer para seguir expandiéndose a costa de todos esos necesarísimos ecosistemas.

ANTECEDENTES LOCALES. –

En Colima siempre han existido “rebotes” de acciones emprendidas por algunas personas en contra de la naturaleza, pero en la mayor parte de las ocasiones no se tenía conciencia de los daños que podrían tener tales acciones por considerar, tal vez, que la fuerza de las selvas y los bosques y la suficiencia de las lluvias no mermaba en lo más mínimo si se emprendían tales prácticas. Y voy a ejemplificar con unas cuantas: la primera (por poner un orden más o menos cronológico) consistió en la introducción de la ganadería por parte de algunos de los primeros colonos españoles; la segunda, en la intensificación de la minería que se produjo en mayor medida durante la época virreinal; la tercera, en la introducción del cultivo de caña de azúcar y del cocotero, también durante la época virreinal. La cuarta, que consistió en la introducción del cultivo del arroz, cuyos lodazales produjeron millones de mosquitos que después fueron matando a miles de personas, y la quinta, que se tradujo en la conversión de todas las tierras indebidamente llamadas baldías del antiguo territorio de Ixtlahuacán (que llegaba hasta el mar), en tierras de cultivo para el algodón, en el también equívocamente llamado “Valle de Tecomán”, donde un poco tiempo después se introdujeron los del plátano, mango y la papaya, entre otros cultivos que ante los ojos de los niños y de los recién avecindados en Colima, parecería que “siempre han estado allí”.

Todas esas prácticas tienen sus pros y contras, y dos de las más depredadoras son, sin lugar a dudas, la de la minería y la de la construcción de fraccionamientos en tierras labrantías, pero aún no hemos podido valorar, como sociedad, qué tan preferible es hacer lo uno o lo otro. Siendo que, como anotaron los purépechas el día 21, quizá estemos todavía a tiempo de salvar nuestro entorno y recuperar al menos una buena parte del agua que ha ido desapareciendo de nuestros ríos, lagunas, esteros y arroyos; y de salvar las especies animales y vegetales que sin ninguna preocupación hemos venido matando y poniendo en peligro de extinción.

 

 

 

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