Opinión

A 90 AÑOS DEL FIN DE LA REBELIÓN CRISTERA

VISLUMBRES

Primera parte

Abelardo Ahumada

ENTRADA. –

El 21 de junio de 1929 (hace 90 años) se suscribieron los acuerdos político-diplomáticos con los que de manera oficial se puso fin a la Rebelión Cristera, en Colima y en todo el país. Una rebelión social que desde casi tres años atrás provocó el sufrimiento de miles de familias en una gran parte del territorio nacional, pero que, en su afán de someter al clero católico a sus designios, el gobierno federal provocó por no entender ni respetar las creencias religiosas de la mayor parte del pueblo mexicano.

LAS PRIMERAS SEÑALES DEL ACOSO. –

Durante la Cuaresma y la Semana Santa de 1926, los católicos colimenses padecieron los primeros acosos de la autoridad estatal que, como a modo de experimento, estaba tratando de meter en cintura al clero católico y, desde el 24 de febrero anterior, había publicado un decreto que tanto el obispo local, como los sacerdotes, las religiosas y los laicos colimotes rechazaron en todos sus puntos, porque consideraban que, de ser acatado, convertiría a la Iglesia en un apéndice burocrático más de gobierno estatal, encabezado entonces por el muy jacobino abogado Francisco Solórzano Béjar. Gobernador impuesto a los colimenses por puro capricho del presidente de la república Plutarco Elías Calles.

El experimento gubernamental no prosperó porque, en vez de someterse, el clero colimense se negó a acatar los represivos términos del decreto. Solórzano se encorajinó entonces y, el 24 de marzo inmediato, emitió un supuesto “Reglamento de Cultos” que sólo sirvió para atizar el fuego, no nada más porque los sacerdotes y fieles se dieron cabal cuenta de la cerrazón del mandatario espurio, sino porque el día siguiente era el Viernes de Dolores, preludio sabido de la Semana Santa.

Dato éste de suma importancia en aquel momento, pues si nos ponemos a considerar que nuestros abuelos y nuestras abuelas vivían, en buena medida, según los diferentes tañidos con que las campanas de los templos iban marcando el ritmo cotidiano, muy bien nos podremos imaginar qué significó para ellos y sus pastores aquel ominoso “reglamento” que, para comenzar, se aplicaría a partir de esa Semana Santa.

Algunos testimonios publicados posteriormente nos dicen que nuestros ancestros vivieron aquella semana sintiendo las sombras del acoso y la persecución religiosas, y llenaron en consecuencia los templos, como tenía años de no ocurrir, en un ambiente de misticismo y arrepentimiento.

LA MANIFESTACIÓN Y SUS CONSECUENCIAS. –

Pero la fecha del complimiento del “Reglamento de Cultos” (señalada para el 8 de abril) estaba ya por llegar y, “aprudentando”, creyendo que tal vez podrían ejercer todavía una presión pacífica sobre la terca voluntad del gobernador, los curas y los laicos más influyentes decidieron ir más lejos y programaron para el lunes 5 de ese triste abril (lunes de Semana de Pascua), una gran manifestación frente al Palacio de Gobierno. Pero, cuando la poetisa Cuquita Morales terminó de hablar a nombre de todos los católicos presentes y ausentes, en vez de dialogar o buscar un encuentro con ellos, el gobernador desde su balcón gritó: “¡Mis órdenes se cumplirán, pese a quien le pese, y sabré hacerme respetar! ¡Ni el clero, ni el pueblo, ni nadie sabrán doblegar mi voluntad!” Y, acto seguido, como si aquella hubiera sido la señal esperada, los cuicos apostados en azotea de Palacio, y algunos diputados y trabajadores de confianza del gobernador, dispararon en contra de la multitud, provocando algunos muertos, varios heridos y la dispersión del gentío.

En respuesta a lo anterior, el obispo y los sacerdotes con mayor reconocimiento y buena fama, tomaron la insólita decisión de cerrar todos los templos al culto. Por lo que el pueblo culpó de inmediato al gobernador, tildándolo de agente de Satanás.

En aquella lucha de “vencidas”, el gobierno estatal (con el consentimiento y apoyo del gobierno federal) presionó inútilmente al obispo para que ordenara la reapertura de los templos y el cese de un boicot comercial que los fieles habían organizado por su cuenta. El obispo, ancianito y todo, le respondió que derogara su in-obedecible decreto y vería que todo se solucionaría “como de milagro”. Pero Solórzano Béjar, sabiendo que era responsable de que el experimento político de someter al clero debía resultar favorable a lo que pretendía hacer Calles a nivel nacional, se mantuvo en su macho, ordenó la persecución de los curas, el encarcelamiento de los líderes católicos y permitió (u ordeno también) que se les fusilara o ahorcara sin juicio alguno y… a la larga provocó la rebelión armada, que formalmente dio inicio el 23 de enero de 1927.

LA PROMULGACIÓN DE LA LEY CALLES Y LO QUE SUCEDIÓ DESPUÉS. –

La idea de que todo lo que había pasado en Colima era una especie de experimento político social se acentuó cuando, en julio de ese mismo año, el presidente Calles promulgó una ley especial que era, por decirlo así, una calca corregida y aumentada del decreto que el gobernador Solórzano había publicado el 24 de febrero anterior. Por lo que la resistencia civil, inicialmente pacífica, que en diferentes grados y momentos se había organizado también en buen número de estados, cobró más bríos y una mejor directriz, de alcances nacionales.

Pero como los gobernadores se sintieron presionados por la ley Calles para reducir el número de sacerdotes, exigir que fueran casados y ordenarles que fueran a ponerse bajo las órdenes de los respectivos presidentes municipales, la rebelión fue tomando tintes de rebeldía más airada. Y, como asimismo, se inició la persecución del clero y los líderes de la resistencia, los integrantes de la Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa, consultaron a reconocidos teólogos sobre si pudiese ser pecado o no tomar las armas para defender su fe, y como los teólogos les dieron una respuesta positiva, ordenaron a sus integrantes en cada una de las diócesis, que  buscaron los medios para proceder así, en caso de que ya no hubiese ninguna posibilidad para resolver el conflicto de forma pacífica.

TRES AÑOS DE GUERRA. –

Aquella decisión, sin embargo, fue tomada como un reto por el presidente Calles y los gobernadores que le fueron más fieles o serviles y… La guerra estalló.

El gobierno pensó en un principio que sofocaría el levantamiento armado en un dos por tres. Pero se equivocó de extremo a extremo, porque el pum pum de las balas, el traqueteo de las metralletas, el estallido de las bombas y los manojos de cuerpos colgados en los árboles y en los postes se multiplicaron durante más de 27 meses.

Pero ¿cómo fue que un inicial grupo de muchachos, armados con viejas pistolas y carabinas de chispa, pudieron hacer tanta resistencia y convencer a miles más a dejar la relativa comodidad y seguridad de sus hogares para irse al monte, convertirse en proscrito y pelean gritando “¡Viva Cristo Rey!”

Para responder esa pregunta, un día de mayo de 1929, un general del Ejército Mexicano que fue comisionado por Calles para reunirse con ciertos obispos, comentó: “Es que los combatientes cristeros pelean por sus ideales, mientras que los militares del gobierno pelean por la paga”, y no tenían la motivación de aquéllos, que defendían su fe.

BUSCANDO LIBRARSE DEL RIDÍCULO QUE ESTABAN HACIENDO A NIVEL INTERNACIONAL. –

En ese dicho mayo, el presidente Emilio Portes Gil, manipulado, como bien se sabe, por el ex presidente Calles, denominado entonces como “El Jefe Máximo de la Revolución”, había admitido que la rebelión cristera, en vez de haber sido acabada con los primeros ataques, había crecido en muchísimas partes. Y el mismísimo general Joaquín Amaro, secretario de Guerra en aquel entonces, había tenido que admitir también, que ni él, ni su flamante ejército, ni sus aviones de guerra pudieron desbaratar a los combatientes cristeros de Colima y su región, los que, en vez de reducirse y amilanarse, ya tenían numerosos campamentos ubicados en las faldas de los Volcanes de Colima, en el Cerro Grande, y en las inmediaciones de la Barranca del Río Naranjo. Sumando varios cientos de “soldados de Cristo”, en vez de la veintena de muchachos (la mayoría seminaristas y jóvenes de la ACJM) que habían iniciado la rebelión armada en enero de 1927.

Viendo las cosas desde una perspectiva netamente política, y tomando en cuenta que algunos corresponsales de periódicos estadounidenses estaban publicando notas verídicas sobre los infructuosos esfuerzos que el Ejército Mexicano, las acordadas y los agraristas armados estaban realizando para combatir a los cristeros, el presidente Portes Gil, y Calles muy detrás de él, sentían todo eso como una humillación que los estaba poniendo en vergüenza a nivel internacional, y a principios de mayo de 1929, decidieron buscar el modo de parar la rebelión, buscando los canales adecuados para poder hablar con los obispos que más y mejor se pudiera.

Se sabe que, en ese mismo orden de acciones, míster Dwight Morrow, el embajador norteamericano entrometido completamente en los asuntos internos de nuestro país (sin reclamo alguno por parte del gobierno federal), buscó en el suyo al Arzobispo Primado de México, para tratar de negociar con él algún acuerdo favorable a sus intereses y a los del gobierno mexicano, por lo que las negociaciones fueron desarrollándose en forma paralela, teniendo ambas como objetivo conseguir, entre otras cosas, la aprobación del Papa, para lograr la paz deseada en nuestro territorio nacional.

No voy a referir qué tanto pasó de un lado y de otro, pero sí decir que el 21 de junio que mencioné al principio, los representantes designados por Calles y Portes Gil, y tres obispos mexicanos a nombre de los demás, firmaron “los acuerdos de paz”. Mismos que, aun cuando fueron posteriormente publicados en su totalidad, el gobierno jamás estuvo dispuesto a cumplir.

Pero como quiera que todo eso haya sido, al contar éstos con la aprobación papal, todos los jefes integrantes de la Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa y los jefes del movimiento armado, tuvieron que acatarlos por obediencia, e instruyeron a sus subordinados a transmitir la orden a todos los campamentos en donde hubiese cristeros en pie de lucha.

LA TERRIBLE VOLENCIA FINAL. –

En el caso concreto de Colima, la parte más cruenta y dolorosa de los combates se dio, precisamente, durante una buena parte del mes de mayo y casi todo junio, Ya que ni el Ejército, por un lado, ni los cristeros, por otro, sabían con precisión el rumbo que iban tomando las negociaciones y ambos grupos seguían terriblemente enfrentados, tirando, por supuesto, a matar.

En esta última etapa tuvieron rebotes locales otros dos movimientos: uno de carácter político, que derivó en la formación del PNR, el partido abuelito del PRI, y otro de carácter político-militar, al que se le conoce como la Rebelión Escobarista. Pero de todo ello les seguiré comentando en mi próxima colaboración.

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