Opinión

SE QUEDÓ CON LOS CAMBIOS:

ESTACIÓN SUFRAGIO

Adalberto Carvajal

Quienes esperaban que un gobierno agobiado por la epidemia del Covid-19 le diera un nuevo rumbo al proyecto de nación, se llevaron la tarde del domingo 5 de abril una sorpresa: el presidente López Obrador no hará cambios, ni de gabinete que es lo habían especulado la semana anterior.

No sabemos si la noticia de que habría un enroque entre Gobernación y Relaciones Exteriores, fue filtración o se trató de una mera fantasía entre quienes desean fervientemente un relevo en la conducción política del país.

Algunos ya veían a Marcelo Ebrard convertido en una suerte de primer ministro, y al titular del Ejecutivo en el papel de un jefe de Estado para fines protocolarios solamente, pero no de gobierno. A la construcción de ese escenario fantasioso obedeció la perniciosa campaña de “nos falta un presidente”.

En su enésimo informe de labores, Andrés Manuel López Obrador nos recordó que nuestro sistema es presidencialista. Dentro del modelo de división de poderes, el mandatario es capitán y timonel.

Y aunque según sus detractores nada nuevo dijo el domingo, la lista de acciones para paliar los efectos de la recesión económica que se avecina como efecto de la pandemia, son congruentes con el enfoque desarrollista que formuló en campaña.

VOLVER AL DESARROLLISMO:

Por muy amplio que haya sido el espectro ideológico que acompañó a López Obrador en su última cruzada por la Presidencia, y por más que se haya corrido al centro para tranquilizar los mercados respecto a su postura en las dos campañas previas, en 2018 el candidato de Morena dejó en claro que su ideal económico era el “desarrollo estabilizador”.

Para alcanzar ese objetivo, insistió, replicaría las políticas hacendarias que ejecutó durante dos sexenios Antonio Ortiz Mena, secretario de Estado con López Mateos y Díaz Ordaz.

En ese sentido, el plan de contingencia frente a la pandemia que ratificó el domingo es coherente con la filosofía del New Deal (nuevo pacto) que alimentó el enfoque desarrollista en América Latina. Por eso AMLO citó a Franklin D. Roosevelt.

En la perspectiva presidencial, la recesión económica que está generando la crisis sanitaria se parece en mucho a la que siguió al crash bursátil de 1929 en Estados Unidos. Lo que hizo entonces Roosevelt fue lanzar programas públicos que ofrecieran los puestos de trabajo que hacían falta y diseñar programas sociales para recuperar el bienestar, no sólo por humanismo sino para evitar que un número mayor de personas se pasara a la extrema izquierda.

Así lo resume Noami Klein al hablar de los antecedentes que llevaron a la pugna entre desarrollistas y neoliberales en La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre (Paidós, 2007).

En la línea de pensamiento de la periodista canadiense, autora del clásico del altermundismo No Logo: el poder de las marcas (Paidós, 2002), en los albores del siglo XX el laissez-fare contribuyó al crecimiento de la pobreza y, ello, al deseo de venganza de los proletarios. Dicho resentimiento alimentaría en el periodo de entreguerras dos movimientos antidemocráticos: el fascismo y el comunismo.

La Gran Depresión no supuso el final del capitalismo, pero sí marcó el fin del laissez-fare, el “dejar hacer” por parte del Estado. El New Deal marcó el final de la libertad del mercado para regularse a sí mismo. Al permitir que la ley del más fuerte rigiera el mercado, el Estado dejó que prosperara un capitalismo salvaje que concentró todavía más la riqueza.  

NO MÁS ‘DEJAR HACER’:

Los impresionantes éxitos que había conseguido el desarrollismo en la década de 1950 en el Cono Sur de América, donde se le conoció como nacionalismo, se repetirían en el México de 1960. Y fueron similares a los conseguidos en Estados Unidos, donde en la construcción del american dream se aplicó la teoría económica de John M. Keynes, o en Europa occidental donde siguieron el ideario socialdemócrata para establecer el Estado de bienestar.

Pero “la revolución keynesiana contra el laissez-fare le estaba saliendo muy cara al sector privado”, observa Klein. Les urgía una contrarrevolución y la Escuela de Chicago de Milton Friedman ya tenía la metodología: privatización, desregulación y recorte del gasto social.

Usando como laboratorio a países como Chile e Indonesia, las ideas que darían forma al neoliberalismo tuvieron que ser implantadas a fuerza de golpes de Estado o de fraudes electorales como los que se perpetraron en México en 1988 y en 2006: el primero para imponer el modelo y, el segundo, para sostenerlo frente a los reclamos de la población.

Según Klein, el New Deal en América Latina siempre tuvo poderosos enemigos, empezando por las trasnacionales norteamericanas a las que les gustaba ese status quo colonialista que les permitía obtener grandes beneficios.

Para las corporaciones eran un ultraje las políticas de redistribución de la tierra; el uso de aranceles y los estímulos a la sustitución de importaciones pensados para proteger los mercados internos; las medidas de control de precios, salario mínimo y libre organización sindical; pero sobre todo los decretos de nacionalización de minas o bancos que buscaban financiar el sueño latinoamericano de independencia económica, apunta la autora.

Medio siglo después que se les entregara el control de la economías nacionales a los Chicago boys, la crisis generada por la pandemia del coronavirus terminó de poner en evidencia el fracaso del neoliberalismo.

No sólo eso, abrió la oportunidad a los gobiernos de correrse a la izquierda, recuperar la rectoría del Estado y refrendar la promesa de bienestar, todo en aras de mantener tranquila a una ciudadanía que podría iniciar una nueva revolución mundial pues ya nada tiene que perder.

COMO ANILLO AL DEDO:

A eso se refería, presumiblemente, López Obrador cuando dijo que la epidemia “nos vino como anillo al dedo”. Después de que derrocaron mediante golpes militares y judiciales a los gobiernos progresistas de América Latina, el México de la Cuarta Transformación podría ser el laboratorio donde ensayar un nuevo pacto social.

Claro, si el experimento fracasa el gobierno perdería la legitimidad obtenida en las urnas. De entrada, perdería gobernabilidad si la oposición consigue, en los comicios de 2021, mayoría en la Cámara de Diputados. Y ni hablar de prolongar el proyecto de la 4T un sexenio más, pues en 2024 batearían en las urnas a quien sea el candidato de AMLO. Pero el experimento tiene las mismas posibilidades de funcionar que de fracasar.

Abraham Mendieta se mofa en Twitter de los panistas que, en octubre de 2019 cuando se aprobó, decían que la revocación de mandato era una trampa de Morena para impulsar la reelección de López Obrador y, ahora, por el contrario reconocen la oportunidad que tienen de sacar a Andrés Manuel de Palacio Nacional, precisamente revocándole el mandato en 2022.

Tarde comprendieron los panistas la ventaja que hubiese supuesto tener a López Obrador en la boleta, pues la deposición se habría dado un año antes. Sin embargo, desde que se discutió si la consulta para la revocación debía votarse en la misma jornada que las elecciones intermedias, la derecha siempre ha sabido que las posibilidades de que la 4T se sostenga son del 50%.

Es decir, se trata de un volado. Puede que sí, puede que no responda la gente a la campaña de desprestigio que han lanzado contra el Presidente los cuartos de guerra y la prensa chintinosa.

Como sea, las posibilidades que tienen ahora de jugar el volado y hacer trampa con una moneda de dos soles o dos águilas, no son las mismas de 2006. La gran diferencia es que camino a las elecciones intermedias  y, por supuesto, rumbo a la sucesión presidencial, la 4T usará el gobierno para mantenerse en el gobierno.

PRIMERO LOS POBRES:

Por lo demás, la apuesta de AMLO por “los más pobres” no es pura retórica. En un país donde la mitad de la población sobrevive en la economía informal, las ayudas directas a través de los programas de bienestar son más rentables políticamente que los subsidios que reclaman las grandes empresas como condición para sostener empleos.

Por cierto, en la lista de deseos que formularon el consejo coordinador empresarial y el sindicato patronal hay que distinguir las peticiones racionales de los esfuerzos de cierto sector de la iniciativa privada por sacar ventaja de la situación.

En la misma categoría de apátridas está el lobby que luchaba contra el etiquetado frontal y pidieron un aplazamiento por la cuestión de la epidemia, que los cabilderos de la industria farmacéutica que esperaba vender millones de test para detectar el Covid-19.

Por un lado, México es el único país del mundo donde su población joven está en riesgo de sufrir complicaciones por el Covid-19, debido a que la obesidad y la diabetes son endémicas. Por otro, la prueba de detección no ha demostrado su efectividad.

Resulta más lógico, en una estrategia de control epidemiológico, tratar a todos los casos sintomáticos como sospechosos de coronavirus, aunque ya sabemos que, en las primera fases de la pandemia, era más probable que los enfermos y las defunciones correspondieran a otros cuadros respiratorios: desde la influenza de esta temporada, hasta una cepa del virus de la SARS distinta a la tipo 2.

El Godínez a quien en las redes sociales le atribuyen ser un funcionario del SAT en Ciudad de México, tiene razón en su alegato: los impuestos que van a declarar los contribuyentes este año, corresponden a la renta del año pasado. El fisco tendrá problemas para recaudar impuestos en el siguiente ciclo, porque si no hay utilidades no hay saldo a pagar, y si no hay ventas tampoco habrá impuesto al valor agregado que enterar. Pero, por lo pronto, al Estado le urgen recursos y la consigna es no endeudar más al país.

EL NUEVO PACTO:

Gibrán Ramírez resumió muy bien el programa de la 4T para hacer frente a la emergencia sanitaria y económica, en su columna de Milenio:

El gobierno consolidará los programas sociales para que la gente más necesitada esté amparada. Para diciembre todos los pobres gozarán de un programa de bienestar.

También ofrece crear empleos a partir de la inversión pública en infraestructura, vivienda, obras hidráulicas y el sector energético.

Promete otorgar créditos a las pequeñas y medianas empresas, que son las que generan el empleo, además de créditos personales y para vivienda al sector formal e informal.

Y anunció una serie de medidas para amortiguar los efectos negativos de la economía a corto plazo, como devolver el IVA sin retrasos o continuar los programas de créditos fiscales y bajos precios en la frontera. Junto a un aumento en el gasto público para la contratación de elementos para el Ejército, Marina y Guardia Nacional, así como médicos y enfermeras.

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