Opinión

UNA TRAVESÍA TRASCENDENTE

VISLUMBRES

Séptima parte

Abelardo Ahumada

“MATAR DOS PÁJAROS DE UN TIRO”. –

Recapitulando lo que llevamos visto, vale la pena recordar que las batallas más fuertes que el ejército del virrey Mendoza tuvo en contra los chichimecas rebeldes fueron en diciembre de 1541, y que, para desterrarlos de la región caxcana, Mendoza, dando muestras de crueldad y saña, ordenó matar a los que les hicieran frente y esclavizar a los que se rindieran o pudiesen capturar, saliendo en su persecución durante todo el enero de 1542, hasta mucho más allá de Tequila y del Plan de Barrancas.

Para los primeros días de febrero, sin embargo, cada vez fue más notorio que había menos rebeldes a la vista y, por eso, estando en Ahuacatlán, el tres o cuatro de ese mes, el virrey consideró que ya no era necesaria la presencia de las numerosas huestes indígenas que lo habían acompañado desde la capital de la Nueva España y desde Michoacán, y despidió a los caciques, dándoles únicamente las gracias y el permiso de que se llevaran consigo todos los esclavos que hubiesen capturado.

Por otra parte, hay un dato importante que no debemos soslayar, y me refiero al hecho de que, desde casi tres años atrás Mendoza se propuso anular el poder que Cortés había venido ejerciendo en la Provincia de Colima y sus puertos y, para cumplir tal propósito, en 1539 envió hacia allá a un individuo que se llamaba Rodrigo Maldonado, con el nombramiento “de visitador y alcalde mayor”.

Enterados de dichos antecedentes, tampoco debemos olvidar que, cuando fue requerido por el gobernador de la Nueva Galicia para que les brindara su apoyo para luchar en contra de los chichimecas rebeldes, el virrey calculó que si contribuía a ello se ganaría el favor de muchos de los individuos que hasta esas fechas habían estado actuando bajo la tutela de Nuño de Guzmán, y que, no estando Nuño allí, sino retenido en la corte de España, él se quedaría como la única cabeza que gobernara en tan gigantesco territorio. “Matando así – como quien dice- dos pájaros de un tiro”. Y no cualesquier pájaros, sino a Cortés y a Guzmán, dos temibles “pájaros de cuenta”.

LA PRESENCIA DEL VIRREY EN LA FUNDACIÓN DE LA CUARTA GUADALAJARA. –

Viendo los hechos desde esta perspectiva, hacia finales de enero de 1542 Mendoza ya tenía muy claro que, al haberse desembarazado de sus dos más poderosos oponentes, no tendría ningún problema para controlar a Cristóbal de Oñate y los suyos, de manera que, en cuanto despidió a los caciques indios que integraron el grueso del ejército que utilizó para pacificar “a los chichimecas de Xuchipila, Teocaltiche y Nochistlán”, buscó el modo de participar en la fundación de lo que acabaría siendo la “definitiva Guadalajara” y, paralelamente, aprovechando que no estaban demasiado lejos del puerto de Navidad, envió allá a unas personas de su confianza para que pusieran a salvo de rateros y malandrines los navíos que Alvarado había dejado allí antes de fenecer.

Tocante a lo segundo, todo parece indicar que comisionó a un tal Ruy de Villalobos, para que se hiciera cargo de la revisión de los barcos, y a un tal Juan de Xerez, para que tratara de aprehender a los marineros que [habiendo suscrito un contrato con Pedro de Alvarado] para ir a las Islas de Oriente en los barcos de la armada que aquél había formado, huyeron del puerto en cuanto se enteraron que su capitán había fallecido en “el peñol de Nochistlán”. Y, tocante a lo primero, las crónicas que sobre ese aspecto me ha tocado revisar nos dan a entender que en alguno (o algunos) de los momentos de reposo que Oñate y Mendoza tuvieron mientras iban persiguiendo a los indios rebeldes en fuga, el capitán le habría explicado al virrey que desde la asamblea extraordinaria que realizó el cabildo de Guadalajara el 30 de septiembre de 1540, habían decidido cambiar Guadalajara a un sitio que consideraban muchísimo mejor y que, el virrey, haciendo gala de diplomacia, respetando la jerarquía de Oñate, simplemente le habría dicho que procediera a realizar lo necesario, propiciando así que el gobernador de Nueva Galicia se sintiera relativamente libre para tomar sus propias decisiones, designando, el 5 de febrero de 1541, en Ahuacatlán, al cabildo completo de lo que sería la nueva “Ciudad de Guadalajara”.

Ya con esta designación protocolariamente efectuada, algunos historiadores tapatíos infieren que el gobernador invitó al virrey a ser testigo de honor y que, habiéndose trasladado la comitiva de ambos desde Ahuacatlán hasta Ahualulco el día 8, “lo más seguro (sic) es que […] hayan arribado el 13 al lugar de su fundación: un llano herboso y arbolado, en la suave pendiente de la vega izquierda del riachuelo conocido más tarde con el nombre de San Juan de Dios”. Haciendo levantar la tienda virreinal poco más o menos donde hoy está “el cuadrilátero del Teatro Degollado”. Participando el día inmediato en la instalación del primer ayuntamiento, que fue presidido por el capitán Miguel de Ibarra, investido como “alcalde mayor”.

Dichos historiadores aclaran que “no se han hallado hasta ahora documentos que relaten la ceremonia de fundación”, pero como sí existen otros que a su vez refieren las fundaciones de otras ciudades, es muy posible que la de Guadalajara no debió ser muy diferente, salvo, tal vez, por la numerosa compañía que seguía teniendo el virrey, a cuyo campamento imaginan como “un vivac animadísimo en el que se arremolinaban en pintoresca fusión, los frailes consejeros […]; escribanos y ministriles; […] los caballeros capitalinos; la soldadesca; los auxiliares tlaxcalteca, chalca, mexica, matlanzinca, purépecha y tonalteca; [así como] los tamemes y esclavos negros; las indias del servicio culinario” y, asegurados en una especie de “campo de concentración, los [cientos de] prisioneros […] con sus colleras”, etc.

Después de las ceremonias con que se hubieron de formalizar esos actos, se procedió a repartir los solares previamente medidos con base en una lista de nombres que sí se conserva y, al día siguiente, “según lo asienta don Luis Pérez Verdía”, el virrey habría puesto la primera piedra de lo que serían “los primeros cimientos de la ciudad”, en las futuras “Casas Consistoriales y el Ayuntamiento”.

Adicionalmente dicen que, habiendo sido ése un lugar tan bonito y bien escogido, un grupo considerable de los acompañantes mexicas se animó a quedarse y le solicitó a las autoridades recién instaladas permiso para fundar un barrio en las inmediaciones, al que pusieron Mexicaltzico.

DE NUEVO EN EL PUERTO DE NAVIDAD. –

Una vez concluido el ceremonial, el virrey habría partido hacia México el día 16 de febrero y entrado en ella el 5 de marzo, pero como tenía un especial interés por el estado de los barcos que tal vez se estarían por el desuso, las raterías y la carcoma en el puerto de Navidad, es de creer que (según otro indicios que nos permiten hacer la inferencia), en cuanto le fue posible volvió a cabalgar en esa dirección, pasando nuevamente por la Villa de Colima, pero ahora en una fecha no determinada, en la primavera de 1542.

Hablando sobre estos mismos temas, Bernal Díaz del Castillo, regidor en aquel momento del ayuntamiento y puerto de Coatzacoalcos, dice que cuando Hernán Cortés se dio cabal cuenta de que el virrey Mendoza estaba operando en su contra, decidió ir a España para exponerle personalmente el asunto a Carlos V, pero que éste no sólo no tomó partido a su favor, sino que ya no lo dejó volver nunca a la Nueva España, y que una decisión similar tomó el monarca en contra de Nuño Beltrán de Guzmán, al que, sin tomarlo preso, lo retuvo también en la corte. Facilitando así las labores que el virrey Mendoza realizaba, obedeciendo seguramente órdenes confidenciales suyas.

En ese contexto Bernal explica que, cuando él mismo regresó de España (a donde había ido por invitación y sugerencia del propio Cortés), supo que algunos meses atrás se había suscitado la rebelión que hemos venido comentando, y que a sus oídos llegó la noticia de que, “en cuanto vieron los de la armada” de Navidad “que su capitán era fallecido, cada uno tiró por su cabo”, yéndose casi todos a donde mejor les pareció o pudieron. Habiendo sido por eso que el virrey Mendoza comisionó al ya mencionado Juan de Xerez, y tal vez a varios como él, para salir en busca de los desertores, y capturarlos y castigarlos.

Pero hay algo más que Bernal dice y que vale la pena puntualizar: me refiero a los enormes gastos que Alvarado tuvo que realizar para construir, artillar y proveer de bastimentos los trece navíos, de los que al final, el descarado virrey terminó apropiándose:

Bernal dice que Alvarado hizo construir los barcos en un astillero que mandó instalar “en un puerto que se llama Acajutla”, en las costas de Guatemala que daban para “la banda de la Mar del Sur”, que para nosotros es el Océano Pacífico. Pero que, para poder construirlos, prácticamente todo lo que no fue madera le fue llevado desde Veracruz, atravesando consecuentemente el istmo a lomo de bestia o de tameme, a lo largo de “más de ciento cincuenta leguas”. Y afirma que con el dinero que Alvarado gastó en tal empresa, en Sevilla hubiera construido no trece sino ochenta barcos. Pero leamos mejor este párrafo genial: “[De manera] que no le bastó la riqueza que trajo de Perú, ni el oro que sacaba de las minas de […] Guatemala, ni los tributos de sus pueblos, ni lo que le prestaron sus deudos y amigos, ni lo que tomó fiado de mercaderes, pues lo que [también] gastó en caballos y capitanes y soldados y arcabuces y ballestas y todo género de armas fue gran suma de pesos de oro”.

Suma que se volatilizó al fallecer Alvarado en el Mixtón, y que nunca recuperaron ni sus herederos, ni quienes le prestaron o le fiaron porque, como también se supo en toda la Nueva España, el virrey se quedó con todo lo que los soldados y marinos desertores dejaron de bueno y útil en los mencionados navíos.

CONTINÚAN LAS EXPEDICIONES. –

Hemos de suponer que Mendoza sabía muy bien que al actuar como actuó en el caso de Navidad, él mismo estaba violando en varios aspectos la ley que debería poner ejemplo en cumplir, porque según algunos historiadores que han estudiado el tema, todo parece indicar que no quiso dejar huella de sus actos, pues no hay documentos de la época que permitan reconstruir la historia de lo que sucedió en el puerto de Navidad durante los últimos meses de 1542.

Más allá, sin embargo, de estos datos “claramente oscuros”, es otra vez Bernal quien afirma que el virrey “mandó tomar los mejores y más buenos de los trece navíos”, con lo que se confirma que se apropió indebidamente, si no de la totalidad, sí al menos de “ciertos barcos de Alvarado”, socio fenecido con el que habría de “ir a medianas partes en gastos y ganancias”. Habiendo abusado, además, de no pocos de sus gobernados, según lo refiere José Miguel Romero de Solís, quien al ponerse a paleografiar los amarillentos pliegos del siglo XVI, que contiene el Archivo Histórico del Municipio de Colima, se encontró con algunos documentos que incriminan a Mendoza, afirmando que éste autorizó por ejemplo a “Hernando Arias de Saavedra”, para que transportara “hasta el puerto de Navidad y a lomo de tamemes, unos fuelles y otras herramientas para las minas que tiene (tenía) en Culiacán”. Citando otros documentos en los que se refiere que un tal Francisco Tello de Sandoval tuvo que realizar una “pesquisa secreta” porque algunas personas acusaron al virrey de haber utilizado, a fuerzas, en la reconstrucción y/o reacondicionamiento de los barcos surtos en el “puerto de Navidad, [a numerosos] indios carpinteros y oficiales de Zapotlán, Mazamitla y Tuspa, situados a 40 leguas y más del puerto, y que [asimismo] Amula, Cuzalapa y otros pueblos de Colima […] tuvieron que proporcionar mano de obra” para similares y complementarias tareas.

Al virrey, sin embargo, todo eso lo tuvo sin cuidado y se deshizo, además, del estorbo que seguramente para él representaba el capitán Juan de Alvarado, sobrino del difunto gobernador de Guatemala, substituyéndolo por el famoso capitán Juan Rodríguez Cabrillo, a quien 24 años antes Cortés comisionó para construir y armar los bergantines que botó en el lago de Texcoco, y con los que realizó el sitio a la ciudad de México-Tenochtitlan. Este capitán escogió como piloto a un Bartolomé Ferrelo y, ya juntos, con la venia de Mendoza, el 27 de junio de 1542, partieron “desde el Puerto de Navidad, de la Provincia de Colima”, hacia las desconocidas costas que habían sido vistas más allá de la isla de Cedros, recorriendo todo lo actualmente son las costas de California y Oregón.

Las tareas, sin embargo, no se detuvieron en el puerto y, durante los cuatro meses siguientes, Antonio de Mendoza y Ruy de Villalobos estuvieron cuidando todos los detalles para poner a punto los seis mejores navíos, con los que 370 soldados, varios curas, frailes y marinos, y el piloto Ginés de Mafra (otro de los poquísimos sobrevivientes de la expedición de Magallanes), saldrían en busca de “las islas del Poniente” en la víspera de la “festividad de Todos los Santos”, lo que equivale a decir, el 31 de octubre de 1542, llegando en primera instancia a unas islas del archipiélago de Hawái, y el 2 de febrero siguiente la isla de Luzón, en el archipiélago que Magallanes había nombrado “de San Lázaro”, pero que Villalobos cambió de nombre, imponiéndole, en honor del príncipe Felipe, el de las “Islas Filipinas”. Navegaciones trascendentales las dos, y que ningún otro barco europeo había realizado antes.

Continuará.

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