Opinión

CON LOS ÁNIMOS CALDEADOS

Abelardo Ahumada

ARENGAS PATRIÓTICAS. –

Al iniciar, pues, el siglo XIX, la gente de Colima iluminaba sus noches con velas de cebo y cera o con ocotes; vivía siguiendo los tañidos de las campanas de los templos; comía lo básico; trabajaba en lo elemental y habitaba en viviendas rústicas; desparramados muchos de ellos en ranchos, haciendas y trapiches.

En ese contexto, un día, como dije, de mediados de julio de 1808, empezaron a llegar también a ellos las noticias de que al otro lado del Océano Atlántico, donde moraba su rey, el emperador francés había invadido a la otrora poderosa e invencible España, había humillado al monarca (su antiguo aliado), y había dado por cárcel un castillo al muchacho que desde tiempo atrás se perfilaba como “el príncipe heredero”.

Las noticias ordinarias solían llegar por el Camino Real conforme a la velocidad del trote de las bestias que trajinaban por él, pero a partir de entonces, y cada vez con mayor frecuencia, empezaron a llegar mediante mensajeros “propios” que iban al galope cambiando de caballos en las postas del camino, provocando cierta desazón a nuestros antiguos paisanos, en la medida de que, según el decir de su obispo (el famoso “Obispo Cabañas”), existía la posibilidad de que la armada de Napoleón, incrementada con miles de soldados, pudiese venir también a invadir estas tierras.

En Guadalajara, que ya desde entonces era la metrópoli más cercana e influyente en la vida de los habitantes de Colima: “Se hablaba en todas partes, en la sacristía, en la antesala de la Audiencia, en los corredores del episcopado, en la botica de Arespacochaga, [pero] siempre con cautela, con embozo, con miedo, de la revolución, de la guerra de España, de la soberanía popular, de  los derechos legítimos del rey […] de la independencia provisional del Reino”, según lo logró advertir el historiador tapatío, Luis Pérez Verdía, cuando estaba investigando lo concerniente para escribir el Tomo II, de su “Historia Particular del Estado de Jalisco”,  publicada en 1910, con motivo del Primer Centenario del Inicio de la Guerra de Independencia.

Así que, si eso es lo que sucedía en la capital regional, no es ilógico deducir que lo mismo pasaba, proporcionalmente hablando, en Zacatecas, Aguascalientes, San Juan de los Lagos, Arandas, Tepatitlán, Zapotlán, Colima y los demás pueblos de la Nueva Galicia. Y que tales temas eran motivo de conversación entre sus habitantes, pero con mayor énfasis, entre los criollos y los españoles que residían en ellos.

Complementando esos datos, a finales de septiembre, o a principios de octubre de 1808, se expandió también la noticia de que (como se advirtió en el Capítulo 10), la Regencia había destituido, de manera totalmente ilegal, al virrey Iturrigaray y había tomado presos al síndico y a los regidores del Ayuntamiento de la ciudad de México, favoreciendo con eso que “los habitantes más o menos enterados de la capital y las principales ciudades novohispanas vieran con escándalo” tamañas arbitrariedades, y que, como también lo escribió Pérez Verdía,  sus “pasiones adormecidas o mejor dicho, reprimidas por la tiranía”, entraran “en efervescencia”,  al constatar que aquel organismo, integrado por puros gachupines, se estaba mostrando intolerante para el ejercicio político de los nacidos en América.

Las reacciones, pues, eran, como siempre, tanto a favor como en contra de lo acontecido. Pero hablando (y actuando) como un patriota netamente español, el Obispo Cabañas se dedicó de inmediato a promover las ya mencionadas colectas en toda su diócesis, para contribuir desde su radio de acción al sostenimiento económico de las juntas de gobierno formadas en España, y que entre sus propósitos tenían el de financiar a los guerrilleros que les hacían la vida difícil a los invasores franceses.

Pero para poder cumplir sus deseos, el obispo tenía que convencer primero a los miembros de su clero, y a ello se dedicó con gran entusiasmo, arengándolos mediante encendidas proclamas que, institucionalmente hablando, en la Iglesia Católica se conocen como “Cartas Pastorales”.

EL RESULTADO DE LAS COLECTAS. –

No conozco (ya lo dije antes) ninguna misiva de respuesta de los curas de Colima a las primeras cartas pastorales del señor Cabañas, pero Jaime Olveda, gran investigador tapatío, contemporáneo nuestro, recopiló varias de otros clérigos del obispado, que nos dan elementos para entrever cuáles eran, poco más o menos, los sentires de aquellas gentes.

Dichas cartas aparecen en el libro “Documentos sobre la Insurgencia. Diócesis de Guadalajara”, publicado en el 2009. He aquí la sustancia de algunas de ellas:

De Aguascalientes: “Ilustrísimo señor doctor don Juan Ruiz de Cabañas: Luego de que vi [su carta del …] 28 de octubre pasado, la hice leer en pública comunidad […] y todos los padres, con gran celo, se prestaron a ejecutar las órdenes de vuestra señoría ilustrísima y […] unidos con este venerable clero, nos alternaremos en la puerta de la iglesia” para “demandar a nuestros fieles el socorro que tanto necesita nuestra cesárea majestad, el señor Fernando VII, y con su resultado daré cuenta a vuestra señoría ilustrísima”.

“En lo pronto dará este convento veinte pesos, el comendador cinco, fray José Martínez dos, fray Francisco Barbosa otros dos… En total 35, que entregaré al señor cura de este partido el 1 de diciembre que entra […] Dios guarde a vuestra señoría […] Fray Manuel de Santiago. Convento de La Merced, de Aguascalientes, noviembre 12 de 1808”.

De Guadalupe, Zacatecas: “Muy venerado señor […] Con el aprecio que debo a la grata [epístola] de vuestra señoría […] del 28 de octubre pasado y a la carta [pastoral] que la acompaña […] he confirmado […] que no respiran otra cosa que un fervoroso celo por nuestra sagrada religión, patria y soberano. [Que son los] mismos sentimientos que animan mi espíritu y el de todos los individuos de esta comunidad y para dar con obras […] el deseo de subvenir de algún modo las necesidades de nuestra desgraciada península” […] Fray Francisco Puelles. Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe de Zacatecas, 15 de noviembre de 1808”.

Otra de Aguascalientes, muy efusiva y reveladora: “Señor: Recibí la [carta] que su ilustrísima dirige con fecha 28 de octubre, en que me manifiesta sus caritativos designios para el socorro de nuestros valerosos hermanos que con tanta gloria y trabajo pelean y defienden la religión y la patria”.

“No puede haber causa ni más justa ni más santa que combatir hasta el último aliento contra los esfuerzos de los impíos, por conservar nuestras costumbres, leyes, patria y libertad, y, sobre todo, el precioso depósito de la fe que recibimos de nuestros padres”.

“Esto hacen nuestros hermanos en España y vuestra señoría nos hace ver que siendo una misma causa y común el interés, deben ser iguales los esfuerzos, combatiendo nosotros también con el enemigo, cuando llegue el caso, y entretanto contribuyendo liberalmente con el socorro y [la] limosna a favor de los que tan gloriosamente la ejecutan, pues así pelearemos con sus brazos y tendremos parte en sus glorias”.

[…] Por nuestra parte puede vuestra señoría ilustrísima tener la dulce complacencia de que estamos animados por los mismos sentimientos [y para demostrarlo hemos cooperado hasta completar] por todo cien pesos […]

“En cuanto a la demanda para recibir limosna de los fieles, [su carta] se pondrá en la puerta de la iglesia como vuestra señoría ordena […] Por lo demás, señor, nosotros no sólo animaremos a los fieles con discursos para tan santa obra, sino que estamos puestos a sacrificar a nuestras personas y precederlos con el ejemplo en todo lo que sea necesario” […] Fray Francisco Alcázar, Guardián del Convento de Aguascalientes, noviembre 19 de 1808”.

De Guadalajara: “El día de ayer se leyó en esta iglesia, y al instante se puso en la puerta […] la pastoral del 28 de octubre […] exhortando a los fieles que contribuyan con todo lo que puedan”. Fray José Salas, templo de San Juan de Dios. Guadalajara, noviembre 28”.

De Zapopan: “La peor que villana, soez, escandalosa y temeraria conducta del emperador de los franceses […] no tiene ejemplar [ni antecedente alguno en la historia…] La limosna que logramos juntar en el curato de Zapopan: 75 pesos 5 reales”. Gregorio Alonso y Valle. Cura párroco de Zapopan, enero 11 de 1809”.

El cura de Zacoalco manifiesta haber copiado en “el Libro de Gobierno” de su parroquia “la pastoral de vuestra señoría del nueve de septiembre” de 1809, y haberla transmitido a la parroquia siguiente, sobre el Camino Real de Colima. Y agrega: “Su lectura [me renovó] la funesta imagen de los lúgubres acontecimientos” ocurridos en España desde el año anterior “y aún no se secan las compasivas lágrimas” que corrieron por sus mejillas cuando se enteró “de la catástrofe sin ejemplo” que estaba todavía padeciendo “la antigua España”. Por lo que, temiendo incluso que la amenaza de la invasión llegara “a estos dominios”, él se “hallaba inflamado por el ardiente deseo” de “servir en circunstancias tan críticas a la religión, al rey y a la patria”, procediendo “de inmediato a reanimar a mis feligreses para que a más de las incesantes súplicas al Dios de los ejércitos […] se esforzasen a las contribuciones que nuestra señoría nos insinuaba”. Etc. Aportando en total (por ser tan chiquito el pueblo, la casi increíble cantidad) de “400 pesos más un real y medio”. Y ofreciendo seguir contribuyendo “mensualmente con veinte pesos […] hasta la fecha en que tengamos noticia de la restitución de nuestro augusto soberano”. Y firma “Fray Felipe Sánchez, Zacoalco, 30 de octubre de 1809”.

Hay varias otras cartas más como ésas y otras (poquitas) que nos refieren que ciertos curatos, algunos conventos y monasterios no dieron nada o muy poco, por ser demasiado pobres. Pero como quiera que fuesen, las que he resumido nos sirven para comprobar que la iglesia estaba desde 1808 arengando a sus fieles a ser patriotas y a defender “la santa causa” que en ese particularísimo caso refrendaba el apoyo al rey, a la religión y a la patria. Triada de estímulos que para muchísimos de los habitantes de la Nueva España se convirtió en un motivo suficiente por el que, llegado el caso, estarían dispuestos a arriesgar sus vidas.

Por otra parte, gracias a la farragosa carta que el muy aguerrido prelado tapatío envió el día 6 de septiembre de 1808 a don Martín Garay, presidente de la Suprema Junta de Sevilla, nos enteramos de que los resultados de la primera gran colecta que promovió en su enorme obispado fueron más que satisfactorios, puesto que logró reunir sesenta mil pesos, que en aquel tiempo eran un gran capital, que hoy se traduciría en millones.

LOS REBOTES DE LAS PREDICACIONES. –

En el vecino obispado de Michoacán, la sede episcopal estaba vacante, puesto que habiendo muerto fray Antonio de San Miguel en 1805, en 1808 aún no había sido nombrado su sustituto, y tal vez por eso no hay cartas como las que dictó o redactó Cabañas. Pero las parroquias michoacanas no estaban carentes de noticia, puesto que a ellas llegaban también los exhortos que desde “la muy noble ciudad de México” empezó a enviar el arzobispo Francisco Javier de Lizana y Beaumont, quien  en la primavera de 1809 asumió también la función de virrey. Exhortos que, en esencia, eran muy similares a los que en la Nueva Galicia estuvo predicando y enviando el Obispo Cabañas.

En cuanto corresponde a la participación de las autoridades civiles de Guadalajara y su territorio, cabe mencionar que, vinculadas con las eclesiásticas, también hicieron su parte:

En aquel entonces el Intendente de Guadalajara (equivalente a un gobernador de ahora) era un español que se llamaba Roque Abarca, y que desde 1805 ostentaba también el cargo de Capitán General de Nueva Galicia.

De conformidad con las referencias que aparecen en las páginas 668 y siguientes del Tomo III, de la Colección de Documentos de Hernández Dávalos”, fue él mismo quien, el día 8 de julio de 1808, “recibió […] los reales decretos del 19 de marzo […] expedidos por el Señor Don Carlos IV, en los que consta que, hallándose Su Majestad en Madrid, abdicó la Corona en su legítimo heredero”, etc. Y, quien, al enterarse de que, “el pérfido Napoleón”, había hecho todo lo demás que aquí ya hemos descrito y comentado, el día 23 de julio reunió a los demás miembros del Ayuntamiento tapatío para que, en “la Sala Capitular” pudiesen él y ellos, “conferenciar sobre tan inauditos acontecimientos”.

En dicha junta, Abarca hizo referencia al contenido de la “Gazeta” (sic) que se circuló en México el día 16, cuyo contenido corroboraba las “abdicaciones de Bayona” y la prisión de Fernando VII. Por lo que esa mañana el Ayuntamiento de Guadalajara tomó dos resoluciones: la de jurar “no reconocer otro rey que el perseguido Fernando, y declarar la guerra a todos sus enemigos”, y la de solicitarle al virrey Iturrigaray las instrucciones correspondientes para actuar en consecuencia.

De todo esto se turnó información a las cabeceras de los 26 partidos que integraban el gobierno de la intendencia, complementando así la información que, mediante cartas, el obispo Cabañas había estado enviando a todos los curatos de su diócesis.

Las comunicaciones en ese tiempo eran muy lentas y no hubo pronto intercambio entre la oficina del virrey y la del intendente de Guadalajara, por lo que el 27 de julio inmediato, Abarca y el señor Obispo Cabañas, puestos de acuerdo, convocaron a una nueva “Reunión General” en la que participarían todas “las autoridades eclesiásticas y seculares (o civiles)”, en un lugar muy amplio, en el que le darían “franca entrada al pueblo para que presenciase el acto”.

Los comisionados por ambas instancias hicieron un resumen de lo que hasta esa misma fecha se sabía de lo que ocurría en España, y el resultado de esta otra reunión fue que “el público” empezó a solicitar “que se le armase”. Por lo que fue “necesario contener su fiel ardor”, explicándoles que no estaban “próximamente amenazados por los enemigos” y que el propio intendente “no tenía facultades para levantar tropas sin orden del virrey”.

Pero lo cierto fue que las noticias cundieron, y que, a partir de entonces, una gran parte de los habitantes de todos los pueblos de la Nueva Galicia se pusieron, como quien dice, en pie de guerra en contra de Napoleón, mientras que, por otro lado, algunos criollos que desde mucho antes se resentían de los dictámenes del gobierno monárquico absolutista, empezaron a ver también lo que ellos podrían hacer para liberarse de tan humillante y pesada tutela. Continuará.

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