Opinión

500 AÑOS

VISLUMBRES

Abelardo Ahumada

Hoy, 6 de marzo de 2019, se están cumpliendo 500 años exactos de que las embarcaciones capitaneadas por Hernán Cortés habían dejado atrás la isla de Cozumel y se dirigían hacia el noreste para, según su percepción o creencia, rodear la “isla de Yucatán”, siguiendo la ruta que dos años antes (1517) trazó parcialmente la expedición de Francisco Hernández de Córdoba, y que en 1518 completó, con muchísimas dificultades, la expedición de Juan de Grijalva. Un hecho que tal vez pudo parecer intrascendente a los 508 elementos de guerra que venían con Cortés, y que hoy pudiesen ver con indiferencia millones de mexicanos, pero que, si nos ponemos a pensar, explica a su vez el hecho de que estemos nosotros aquí, hablando, pensando y escribiendo en castellano. Un hecho, en fin, que, encadenado a los muchos que acontecieron desde que el almirante Cristóbal Colón partió con sus naos del Puerto de Palos, y a los muchos que culminaron con la toma de México-Tenochtitlan, determinó nuestro ser de hoy, al propiciar el surgimiento de un pueblo de raza mestiza que, pese a los cinco siglos transcurridos desde que se inició esa mezcla de sangre y culturas, sigue sin asimilar su esencia y se pelea con su propia sombra. Como lo acabamos de comprobar hace menos de un mes, cuando una maestra de preescolar de origen oaxaqueño acaparó la atención mundial, al haber sido nominada como la mejor actriz para los premios Oscar y, en vez de haber sido unánimemente aplaudida y apoyada por la mayoría del pueblo mexicano, recibió denuestos y descalificaciones por ser una “india”. O como lo vemos también, tristemente, cuando se siguen vilipendiando, discriminando y/o explotando a los trabajadores autóctonos en las selvas chiapanecas; en las sierras de Chihuahua, Puebla y Oaxaca; en el Valle de San Quintín, en Baja California o, sin ir tan lejos, en los albergues cañeros de El Trapiche, El Cóbano y Quesería, o en los restaurantes playeros de El Real, Pascuales, El Paraíso y Manzanillo, donde los turistas los llegan a considerar una molestia, en la medida de que son insistentes para tratar de vender sus artesanías.

UN ANTES Y UN DESPUÉS. –

Esa efeméride que comento nos obliga (o me obliga a mí), a reflexionar en voz alta sobre las implicaciones y las complicaciones que la expedición del mencionado Hernán Cortés provocó entre los pueblos nativos de lo que hoy es México, y quiero invitar a nuestros queridos e inteligentes lectores a que, si es de su agrado, reflexionen sobre lo que aquí se exponga, a ver si como resultado de este esfuerzo conjunto, nos podemos entender mejor y podemos asimilar por qué somos como somos y hasta dónde, en su caso, podríamos como pueblo llegar, si nos propusiéramos una meta común.

Para mí está muy claro que las acciones y las decisiones que tomó Hernán Cortés durante la travesía que hace 500 años realizó, establecieron uno de los más grandes “puntos de quiebre” no sólo en la historia de nuestro país, sino en la del Continente Americano y que, si vemos más lejos, provocaron la ruptura de los procesos de desarrollo que algunos pueblos autóctonos y su encuentro con realidades que por sí solos jamás habían siquiera sospechado, como la de cruzar posteriormente la inmensidad del Océano Pacífico para encontrase con los pueblos de Asia.

En esta línea de reflexión me propongo, pues, dedicar ésta y algunas de mis posteriores colaboraciones para comentar, así sea de manera muy breve, algunos de los acontecimientos más relevantes que ocurrieron antes y después de la fecha de hoy, pero hace 500 años. En el entendido de que eso nos permitirá, figurativamente hablando, “ver” al propio Cortés y a sus acompañantes en acción, y “observar” a los azorados mayas, tabascos, totonacas, tlaxcaltecas y mexicas que de diferentes modos se enfrentaron a ellos.

Con esto quiero decir que mi “charla” que aquí comienza estará basada tanto en los interesados testimonios que fueron redactando (o dictando) los conquistadores hispanos, como en los apuntes, llenos de expectación y temor, que fueron “imprimiendo” en los coloridos códices, los tlacuilos mexicas, tlaxcaltecas y demás.

Sé que el periodismo histórico que trataré de hacer, nos distraerá por un rato de cuanto esté sucediendo en nuestra actualidad, pero estoy convencido de que, si revisamos estos viejos temas, a fondo, tal vez podamos comprender mucho mejor nuestra realidad, y el tiempo en que también, cada cual a su modo, está construyendo la historia de mañana.

DIEGO VELÁZQUEZ, HERNÁN CORTÉS Y LA CONQUISTA DE CUBA. –

Sabemos que Hernán (o Hernando o Fernando) Cortés, nació en el antiguo pueblo de Medellín, de la provincia de Extremadura, en la Península Ibérica, un día de 1485, y que fue un niño enfermizo, pero que algo se compuso al llegar a la adolescencia.

Su padre, Martín Cortés de Monroy, originario de Salamanca, había sido soldado en su juventud, y su madre, doña Catalina Pizarro Altamirano, descendiente de grandes apellidos, pero de escasos recursos monetarios.

Medellín era un pueblito situado en las orillas del río Guadiana y tenía, según los croquis y las descripciones de aquel entonces, una tierra muy fértil en la que se producían trigo, uvas y frutales con cierta abundancia, por lo que muy bien nos podremos imaginar a aquel chiquillo inquieto jugueteando en aquella verde ribera y estudiando en la iglesia parroquial, porque no de otro modo hubiese podido él asistir, después, “a estudiar latines y leyes” en la Universidad de Salamanca, como se afirma que estudió al menos un par de años, antes de que se le metieran también las ganas de hacer la carrera de las armas en Italia, o de embarcarse “hacia el Nuevo Mundo”, del que por entonces se contaban notabilísimas cosas que calentaban la imaginación o despertaban las ambiciones de no pocos paisanos suyos.

Así que, una vez puesto ante el dilema de seguir estudiando o conocer mundo, Cortés optó por la segunda alternativa y, en 1504, contando apenas con 19 años en su haber, se embarcó hacia Santo Domingo, en donde por el momento ya no había nada por conquistar, de modo que, no teniendo más qué hacer, y necesitando recursos para seguir viviendo, hizo gala “de sus latines” y consiguió empleo de escribano en el ayuntamiento de una pequeña villa que se llamaba Azua, donde comenzó a brillar por sus luces y diligencia como buen burócrata.

Paralelamente, como surgieran algunos nativos en rebelión, se sumó a los hombres que fueron a pacificarlos y, habiendo demostrado ser muy diestro para la pelea, se ganó la simpatía del gobernador de la isla, quien le concedió algunos nativos “en encomienda”, y le concedió la titularidad de una escribanía. Que sería como decir hoy una notaría pública. Por lo que comenzó a juntar un buen dinero y a estar muy al tanto de cuanto ocurría en sus alrededores y en la corte de España.

En el ínterin de todo ese quehacer, se supo de la existencia de una gran isla llamada Cuba, que fue explorada por primera ocasión en 1508, por un tal Sebastián de Ocampo, quien regresó a Santo Domingo con muy alentadoras noticias sobre lo que había visto en la mencionada isla, pero no fue sino hasta 1511 cuando, habiendo asumido Diego Colón, primer hijo de Cristóbal Colón, la gubernatura de Santo Domingo, se decidió emprender la conquista de Cuba, ordenándole tal tarea al capitán Diego de Velázquez, soldado veterano, amigo de Cortés, quien de inmediato lo persuadió para que dejara su escribanía y se involucrara en la conquista de Cuba.

No encontraron demasiada resistencia con los pobladores de la isla y, cuando ésta estuvo suficientemente pacificada, a Cortés le tocó residir en el puerto de Santiago de Baracoa, la primera población que allí se fundó, y de la que fue nombrado alcalde.

Ya con esta investidura por delante, y habiéndose, como quien dice, adueñado de numerosos isleños, los puso a trabajar en su favor, sacando oro de ríos y arroyos, o ayudándole a criar vacas, ovejas y caballos, que por aquel entonces tenían un buen mercado con los numerosos peninsulares que iban llegando a poblar la isla, y se convirtió en un hombre muy rico.

Diego Velázquez, su antiguo jefe y amigo, era ya entonces el gobernador de Cuba, y entre ambos habían hechos muchos negocios para incrementar sus respectivas fortunas. Pero no a todos los demás conquistadores les había ido tan bien, y no a todos los recién llegados les tocó tener tierras e indios, por lo que muy pronto ya no hubo ni una sola parcela sin repartir y se comenzaron a aglomerar en los nuevos pueblos cubanos muchos peninsulares que se pasaban los días prácticamente sin hacer nada, jugando baraja, bebiendo, “puteando” y dirimiendo altercados a puñetazos o espadazos, aburridos, pues, y sin expectativas para salir adelante.

UN RECUERDO ILUMINADOR. –

Existe una tradición en el sentido de una de esas aburridas tardes de finales de 1516, estaba en algún rincón de Cuba un grupo de aventureros matando simplemente el tiempo, refiriendo algunos sus hazañas como conquistadores o sus peripecias como náufragos o navegantes, cuando un experimentado piloto, llamado Antón de Alaminos, recordó que un día de 1502, cuando iba él como grumete, en la nao capitana en que el almirante Colón realizaba el que sería su último viaje, cuando, habiendo dejado ya muy atrás la isla Española y habiéndose aproximados a las costas de “Tierra Firme” (muy cerca de la actual Guatemala), vieron, a corta distancia suya, una gran canoa entoldada, en la que aproximadamente cuarenta indios vestidos con ropa blanca, iban navegando “a vela y a remo”. Siendo aquello algo nunca visto en todas las islas que ya tenían conocidas.

Dijo también Alaminos que cuando quisieron los del barco aproximarse a la gran “piragua”, los ocupantes de la gigantesca canoa usaron muy diestramente sus remos y navegando en contrario del viento, pusieron distancia entre sí, obligando al navío a cesar en su persecución y continuar con su derrotero, comentando el almirante Colón que en una ocasión posterior habría de seguir el rumbo que siguieron los de la piragua entoldada, porque su aparición les dio a entender que deberían proceder de una tierra en donde había un pueblo más avanzado que los de las islas, que por lo regular andaban desnudos, enseñando “sus vergüenzas”.

La muerte, sin embargo, interrumpió el sueño de Colón, y el quinto viaje que había proyectado nunca se realizó, y nadie, hasta aquella tarde de aburrimiento de finales de 1517 se había vuelto a acordar del avistamiento de aquella enorme canoa.

Hemos de suponer nosotros que, cuando los contertulios interrogaron al experto Alaminos (explorador de la Península de la Florida en 1513 y descubridor de la Corriente del Golfo, que los hacía volver más rápido a Europa) sobre el rumbo que había tomado la extraordinaria piragua, les dijo que hacia el poniente. Por lo que cayeron todos en cuenta que, pese a haber transcurrido ya 25 años desde el primer viaje del almirante Colón, nadie había explorado jamás en esa dirección, y que, al percatarse de ello, se entusiasmaron en ser los primeros en dirigirse hacia allá, para tal vez encontrar a ese otro avanzado pueblo cuyos habitantes sabían navegar en grandes piraguas. Dato que se deduce de la expresión del Bernal Díaz del Castillo, uno de aquellos expedicionarios, cuando posteriormente explicó que, cansados de no hacer nada, y muy conscientes de que para ellos no habría futuro en Cuba, decidieron presentarse con el gobernador para solicitar su licencia y aporyo para irse “a buscar y descubrir tierras nuevas y emplear nuestras personas”.

Esa primera expedición salió de la Habana el 8 de febrero de 1517 y -según ese mismo cronista-, “pasados veintiún días que habíamos salido del puerto, vimos tierra [… por lo] que nos alegramos y Dimos gracias a Dios… La cual tierra jamás había sido [vista ni] descubierta”. Con lo que concluimos ahora nosotros que aquel primero de marzo de 1517 (hace ¡502 años exactos!), los españoles tuvieron el primer contacto visual con tierras de Yucatán, lo que equivale a decir con México. Una visión que, como dije al principio de este trabajo, se repitió dos años más tarde, cuando ya el muy osado Cortés vino a esas mismas costas no sólo para explorarlas sino para iniciar su conquista.

Continuará.

 

 

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