Opinión

DELATAR A LOS ESPÍAS

Abelardo Ahumada

AUTORIDADES OBSESIONADAS. –

Si tomamos en cuenta que la vida de una gran parte de los habitantes de la Nueva España estaba regida por el tañido de los campanarios; por su asistencia a las misas dominicales; por la confesión más o menos frecuente y por la intolerancia que los reyes absolutistas tenían respecto a la desobediencia y la rebeldía, debemos entender que cuando llegó a ellos la noticia de que el Arzobispo Virrey había mandado “quemar por mano de verdugo” (en la plaza que hoy es el Zócalo de México) la proclama que los invitaba a reconocer a José Bonaparte como el monarca legítimo, la mayoría debió de haber entendido que aquello era cosa grave, y no dudó en hacer causa común con Fernando Séptimo. Aunque, por otra parte, ese mismo hecho debió de haber despertado la curiosidad de los intelectos más libres y agudos.

En este sentido creo que vale la pena que nos detengamos un momento para recordar que a principios del siglo XIX las comunicaciones entre España y sus dominios de ultramar sólo se realizaban por barco, y que no había muchos navíos que zarparan desde un lugar a otros, sino uno o dos por mes y duraban varias semanas para transportarse. Recuerdo que nos servirá para entender que cuando las autoridades virreinales de México recibían alguna comunicación proveniente de la Corona (o de la Regencia, en el tiempo que estamos comentando), ya habían pasado tres meses desde su envío. Por lo que muy bien podría haberse dado el caso de que cuando dichas autoridades las comenzaban a difundir en el vasto territorio del virreinato, las condiciones que originaron la noticia ya habían cambiado totalmente.

Menciono lo anterior porque en los documentos a que he venido haciendo referencia, se perciben esas circunstancias, y dan la impresión de que mucho de lo que ocurrió entonces en México era como un eco lejano de lo que ocurría en España.

Y como un ejemplo de lo que acabo de mencionar, señalaré el dato de que aun cuando si la deposición del Virrey Lizana de Beaumot fue decretada el 22 de enero de 1810, sólo pudo hacerse efectiva hasta el 9 de mayo siguiente. Fecha en la que, ya enterados de la Orden Real que se emitió para tales efectos, “el Regente y los Oidores de la Real Audiencia de la Nueva España” se reunieron en un salón del Palacio Virreinal para demandarle al también Arzobispo que les entregara el cargo de virrey, y los demás que tenía asociados, y que eran, entre otros, los de Gobernador y Capitán general de la Nueva España, Presidente de la Real Audiencia y Superintendente general de la Real Hacienda.

Durante este lapso, sin embargo (que abarcó del 22 de enero al 9 de mayo), no pudiendo saber que la orden de su retiro ya iba con rumbo hacia Veracruz, Lizana siguió desempeñando su trabajo con base en la información que le fueron llevando los barcos que habían salido de los puertos de la Península durante los meses de octubre, noviembre y diciembre del año anterior.

En ese contexto quiero hacer notar a los lectores que fue en algún momento de mediados de abril de 1810, cuando el Arzobispo Virrey recibió una información confidencial que una persona muy allegada le hizo llegar, y en la que le puso al tanto de que Napoleón había formado una especie de escuela de espías, con la pretensión de utilizar a quienes asistían a ella, para que fueran a las colonias españolas a convencer a la gente de que era bueno someterse al imperio francés.

El documento que tengo ante mí no menciona la “escuela” a que hago referencia, pero por lo que en él está escrito se puede inferir lo que acabo de mencionar. Y se trata de una proclama pública emitida por el dicho Lizana, en la que ejerciendo el doble papel de regente general y alto dignatario eclesiástico, se dirigió nuevamente “a los vasallos de Fernando VII en la Nueva España”, diciéndoles que “para conquistar vuestros corazones”, Napoleón se estaba valiendo de “quinientos emisarios […] españoles desnaturalizados […] indignos de tal nombre”, a los que había mandado repartir “en las dos Américas”.

Y de los cuales, por lo pronto, él sabía que habían llegado 17 al territorio novohispano. De los que cuatro iban destinados a Guatemala, tres a Santa Fe (hoy Chihuahua y Nuevo México) y diez “al reino de México”.

Siendo ese el motivo por el que, en otro de los párrafos de ese mismo documento, fechado el 24 de abril de 1810, exhortó, como ya dije, a la población católica de todos “los pueblos, villas y ciudades” de su amplísima jurisdicción a “descubrir y delatar a los espías, seductores e introductores de tales libelos”, y a quienes colaboraran con ellos.

LAS DISPOSICIONES DEL INTENDENTE ABARCA. –

Esta noticia cundió por toda la Nueva España junto con la publicación de la Orden Real de que “todos sus vasallos de ese reino” tendrían que apoquinar algún dinero para que se pudiesen completar los “20 millones de pesos fuertes”, que en supuesto “préstamo con intereses” habían “solicitado” los miembros de la Regencia recién integrada en Cádiz. Y gracias a la difusión que se dio a esa noticia nosotros podemos saber, por ende, que para finales de junio la mayoría de los pobladores de aquel inmenso territorio estaban, por un lado, viendo con sospecha a todos los que algún día habían hablado admirativamente de Napoleón, y encorajinados, por otro, porque la dichosa solicitud de préstamo significaba que una vez más tendrían que aportar parte de su dinero para apoyar “la Causa Justa de la independencia de España”, tal y como en varias ocasiones habían tenido que hacerlo, desde que en julio de 1808 el Arzobispo ordenó a todos los clérigos bajo su mando que hicieran varias colectas entre los feligreses para concurrir al sostén de las tropas de “La Madre Patria”.

Y refiriéndonos en concreto a este asunto, cabe mencionar que el 30 de abril de 1810, cumpliendo muy celosamente su deber como patriota español, el Obispo Cabañas emitió una “exhortación pastoral” para que sus clérigos “excogitaran los medios” (pensaran o buscaran el modo) para hacer efectiva la recolecta de los recursos que se dedicarían al “préstamo”. Y que el 10 de septiembre (¡seis días antes de que se pronunciara “El Grito” en Dolores!) estaba publicando otra que se refería a lo mismo, y resumiré para ustedes con el propósito de que se vea cómo la gente de todos los pueblos de Nueva Galicia no sólo estaba enterada de la guerra que sostenían los pueblos de España contra los franceses, sino que estaba siendo presionada moralmente para que cooperaran con recursos económicos para sostenerla:

“[En relación con] la real orden y [el] manifiesto adjunto [y por…] el inviolable amor, [y la…] fiel e irrevocable adhesión que profesamos a su Majestad […] he resuelto, de acuerdo […] con  el muy ilustre señor presidente de la Real Audiencia de esta capital, interesar el celo religioso y el bien entendido patriotismo de nuestro venerable clero regular y secular para el logro de tan importantes fines; en la firme confianza de que […] los párrocos colectarán el donativo que [los fieles] puedan hacer, y [dedicarán] eficaces persuasiones  desde el púlpito y confesionario y aun en las conversaciones familiares, [para alentar] los ánimos de los vasallos leales a su majestad”.

“[…] Y así […] hemos acordado que en todas y cada una de las iglesias […] los párrocos se pongan y continúen con más esmero y eficacia que hasta el presente […] a recoger las grandes o pequeñas limosnas que puedan hacer los fieles a impulso de las exhortaciones indicadas. Y a enviar su producto al regidor don Juan Manuel Caballero”, etc.

Pero en dicho documento hay, además, un dato que ningún historiador que me haya tocado leer menciona. Y me refiero a la parte que dice: “Así también deliberamos que, a imitación de la junta celebrada en esta ciudad al tenor de la real orden, se congreguen otras en cada ciudad, villa o pueblo, compuestas de los curas y justicias respectivos y de vecinos […] conocidamente patriotas y del mayor influjo entre los demás”.

Juntas a las que por el momento no haré más referencia, pero de las que me habré de ocupar un poco más adelante.

DE NUEVO EL TEMA DE LOS ESPÍAS Y DE LOS EMISARIOS DE NAPOLEÓN. –

Dice don Luis Pérez Verdía que el 15 de mayo de 1810 (una semana o dos después de que “La Gazeta de México” publicó la nota que mencionamos sobre los espías), el Intendente Abarca “expidió [en Guadalajara] una proclama […] encaminada a mostrar los medios pérfidos de que se valía Napoleón para sus conquistas y a solicitar de todos los neogallegos su cooperación para descubrir a los parciales (simpatizantes) y emisarios de este Gran Capitán”. Proclama que entre el 18 y el 19 de mayo llegó, por supuesto, a manos también del subdelegado de Colima. Pero ¿Habría realmente algunos simpatizantes de Napoleón en Colima?

En teoría, y por lo que ya hemos venido exponiendo, podemos afirmar que sí los hubo, pero no porque simpatizaran con él porque había destituido al rey de España, sino porque antes lo habían admirado como conquistador de Europa.

El asunto, sin embargo, es que incluso en agosto nadie había identificado aún a los espías de los que tanto se estaba hablando. Pero la existencia de la mencionada instrucción nos sirve para entender que había una especie de histeria colectiva provocada por los informes relativos al presunto activismo que aquéllos estarían realizando. Y como muestra de esa histeria que digo puedo citar dos documentos: uno de refiere a una carta particular fechada el 20 de junio, en la que un señor que firma como el “Conde del Peñasco” remitió desde Zacatecas a México al “capitán don Juan de Oviedo”. Y el segundo es una orden que de manera oficial y privada el Intendente Roque Abarca envió el 19 de septiembre a todos los subdelegados del “Reino de Nueva Galicia”:

La carta en cuestión dice en su segundo párrafo: “Han conseguido los emisarios de Napoleón triunfar de la ignorancia y las pocas luces de la gente plebeya, levantando una sedición para desunir a los vecinos de Zacatecas […]

“Esta cizaña de lenguas, más poderosa que las armas, es la que ha facilitado sus conquistas, haciendo mayor guerra sus engaños que las armas, y ya debemos recelar mucho que estos perversos hayan derramado su veneno por otras provincias, indisponiendo los ánimos para lograr sus fines”.

Como se ve en esos dos párrafos, a ninguno habían identificado, y tal vez es por eso que el “Conde del Peñasco” agregó: “Yo quisiera que se aprendieran algunos, y se averiguara, aunque fuera poniéndolos en tortura, quién los sedujo, y presos los seductores, hacer con ellos la misma diligencia [hasta encontrar] el origen de la sedición”.

Por su parte, la orden oficial de Abarca (fechada el 19 de septiembre) iba en el sentido de que todos sus subdelegados deberían de “estar muy a las miras de que no se excite ninguna conmoción por los emisarios de Bonaparte”; y de que, para poder cumplir con ese cometido, tendrían que visitar diariamente todos los mesones, para verificar cuáles personas “y con qué fines”, estuvieran llegando en esos días a ellos.

Complemento de lo anterior fue otra proclama pública emitida por el dicho Abarca el sólo tres días después, y en la que, dirigiéndose a los: “Amados habitantes de Nueva Galicia”, desde al inicio les dijo: “No debo ocultaros que Napoleón Bonaparte ha iniciado ya la guerra contra Nueva España”, tal y como lo había venido “anunciado [yo] en mis proclamas” [anteriores].

Guerra que, coincidiendo con el informante de Zacatecas, no describió como una guerra armada, sino de carácter ideológico (o de convencimiento), por lo que hasta esos instantes lo único que había podido lograr El Corzo era introducir a “unos cuantos emisarios” que sólo habían “logrado mover discordias en cuatro pueblos cortos”, y que, según él, “muy pronto” tendrían castigo, y sería su sangre derramada “el primer fruto de haber dado oídos a los enviados por los franceses”.

Ya casi para terminar la proclama hay un muy significativo párrafo en el que, tras dirigirse a sus gobernados como sus “amados hijos”, los exhortó a conservar la “perfecta unión de ánimos que ha distinguido a Nueva Galicia”; invitándolos a borrar “para siempre los resentimientos personales y las despreciables rivalidades” que se producen por “haber nacido en distintos pueblos”. Señalado de manera oportunista y muy poco convincente que: “Todos somos españoles, sea cual fuere nuestro color: todos somos vasallos del Rey legítimo que hemos jurado y todos somos católicos”.

Y a manera de postdata viene una nota que también transcribiré completa porque nos muestra el estado de alerta y zozobra en que se hallaban las autoridades de la Intendencia de Guadalajara y de los pueblos de su jurisdicción, justo en los días en que, coincidentemente, Hidalgo, Allende, Aldama y sus demás compañeros acababan de dar “El Grito” en Dolores. La nota dice:

“El forastero que se halle oculto en Guadalajara y la persona que lo oculte serán castigados con diez años de presidio; y al que lo descubra, se le darán doscientos pesos. — Cualquier emisario de los franceses o vecino de la ciudad que trate de conmover los ánimos con ideas contrarias al orden será ahorcado irremisiblemente, sin darle más tiempo que tres horas para que se confiese; y al que lo descubra se le darán mil pesos, en el concepto de que estas cantidades las entregaré yo personalmente. Y salgo responsable bajo mi palabra de honor”.

“Téngase entendido para todos los pueblos de mi jurisdicción, a quienes comprenden castigos y gratificaciones”.

El hecho, pues, es que, a diferencia de lo que nos habían contado los historiadores locales y nacionales, todos o la mayoría de los habitantes de la región centro-occidental de la Nueva España estaban enterados de los acontecimientos que sirvieron para motivar la resolución que finalmente tomaron Hidalgo, Allende y compañía. Y será de eso (y de algo más) de lo que seguiremos comentando en el siguiente capítulo.

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