Opinión

Don Baldo “El Tubero”

PARACAÍDAS

Rogelio Guedea

A veces la violencia, los asesinatos consuetudinarios y los avatares de la política nos impiden ver y darle valor a las cosas realmente trascendentes de la vida. Como por ejemplo, ser testigos del cumpleaños número 92 de un hombre que, con discreción y sin descanso, ha devenido en un verdadero personaje de nuestra historia local: Baldomero Larios Cuevas, mejor conocido como Don Baldo “El Tubero”.

La celebración de su cumpleaños y una imagen suya llevando en hombros las balsas con el divino néctar de las palmas colimenses (la tuba) generaron una reacción estrepitosa en redes sociales y un sin fin de comentarios celebratorios de un hombre que no necesitó ningún reflector para brillar por sí mismo en una sociedad que lo quiere, respeta y admira, y particularmente entre muchos de los estudiantes de la Universidad de Colima donde se le vio por años vender esta tradicional bebida.

Aunque la tuba llegó de tierras filipinas, casi al otro lado del mundo, tierras igualmente conquistadas por los españoles, pronto se convirtió en una bebida típica de nuestra región, emblemática incluso para los turistas que visitan nuestra entidad. Y Baldo se convirtió sin duda en la figura icono del clásico vendedor de tuba. Originario de Villa Corona (Michoacán), don Baldo llegó a Colima a los seis años buscando, junto a sus padres, al señor de la Expiración, en el templo de Rancho de Villa.

Luego de varios oficios, cuando cumplió 17 años empezó a vender tuba, en aquel entonces recorriendo las calles de un Colima de mediados de siglo cuyos límites eran la Calzada Galván y la avenida Pino Suárez. Desde entonces y a la fecha, Baldo “El Tubero” se convirtió en un referente para propios y ajenos y ocupó, además, un lugar importante en la vida universitaria desde que el entonces rector Mario de la Madrid le permitió vender tuba en algunas instalaciones universitarias, luego de que le permitiera hacerlo por primera vez durante un partido de futbol.

Supongo que si alguien colocara una libreta de mil páginas sobre una pequeña mesa de mostrador, ésta se llenaría igualmente con miles de historias relacionadas con este personaje. Yo todavía recuerdo que en un tiempo en que le compraba todos los días tuba, le hacía una broma diciéndole que la tuba era de kool-aid, que en realidad suena como culey, uno de esos reconocidos saborizantes artificiales para hacer aguas frescas, y él entonces me contestaba: “pa’ que se te quite lo güey”.

Me habría gustado que Gil Garea, creador de unas esculturas realmente notables que engalanan el centro de nuestra ciudad, hubiera considerado a Baldo como el personaje del tubero situado en el jardín Núñez. Habría sido, no me cabe duda, el mejor homenaje para un hombre que, como he dicho, nos ha demostrado con creces que haciendo lo que se ama y persistiendo en ello, así sea en el más humilde de los oficios, se puede alcanzar la gloria. Y Baldo, nunca mejor dicho, es una de las más grandes leyendas vivas de nuestra región. ¡Aplausos de pie!

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