Opinión

UNA HISTORIA DE HISTORIADORES

VISLUMBRES

Abelardo Ahumada

¿Quién que haya nacido o vivido en Colima durante la última parte del siglo pasado, habrá dejado de oír los nombres de Gabriel de la Mora de la Mora, Vicente Venegas Rincón, Juan Oseguera Velázquez, María Ahumada Peregrina, Florentino Vázquez Lara Centeno, Roberto Urzúa Orozco, Carlos Pizano Saucedo, J. Trinidad Lepe Preciado, Ricardo Guzmán Nava y Juan Vaca Pulido?

Todas esas personas llenaron, por así decirlo, la vida cultural de nuestra entidad durante la segunda mitad del siglo anterior, y su recuerdo nos siguen trayendo evocaciones de otros paisanos que destacaron en el magisterio, en el sacerdocio, en las letras o en la oratoria; de ciudadanos comprometidos con su tiempo y sus vocaciones, y que desde los diferentes papeles que desempeñaron nos dejaron una gran herencia que es necesario conocer y valorar.

Esos nombres, asociados a los de Mirtea Elizabeth Acuña Cepeda, Margarita Rodríguez García, Luis Virgen Robles, Elías Méndez Pizano, Genaro Hernández Corona, José Levy Vázquez, Bertha Luz Montaño Vázquez, Magdalena Escobosa Haas, José Salazar Cárdenas, Enrique Brizuela Virgen, Fortino Pulido Salinas, José Oscar Guedea y Rafael Tortajada Rodríguez y otros brillantes elementos que seguramente enriquecerían la lista, son (o han sido) miembros de la Sociedad Colimense de Estudios Históricos, un grupo de hombres y mujeres que, motivados por similares afanes, comenzaron a reunirse en la primavera de 1988, por invitación inicial del Profr. Genaro Hernández Corona, destacado historiador local y director en esa época de la escuela primaria Gregorio Torres Quintero, de muy reconocida fama.

Menciono todo lo anterior porque hace 31 años, en un caluroso día como mañana, miércoles 13 de junio, algunos de los individuos mencionados se reunieron en el domicilio particular del mentor para constituir, ya formalmente hablado, la organización cultural que se conoce como Sociedad Colimense de Estudios Históricos, cuyos integrantes mucho han aportado para “rescatar, preservar y difundir” la memoria histórica de la gente de Colima. Desarrollando los más de ellos una desinteresada y entusiasta labor de investigación y de redacción; dando charlas y conferencias, o publicando libros, artículos y fascículos que la contienen y ponen al alcance de todos los habitantes del mundo que hoy quieran saber algo de lo muchísimo que a lo largo de los siglos ha acontecido en este pequeño terruño situado alrededor y al pie de los dos hermosos volcanes que enaltecen el horizonte de nuestra cotidianidad.

TESTIGO CIRCUNSTANCIAL. –

Como joven miembro que fui de esta singular asociación desde los primeros años de la década de los 90as, puedo afirmar que me tocó ser un muy privilegiado testigo presencial de las sesiones mensuales que por aquellos años se llevaban a cabo en torno a la gigantesca mesa del comedor de la casa familiar de los hermanos Vázquez Lara Centeno, sita en medio de mangos, palmas y otros árboles frutales de una gran huerta que estuvo en la esquina noroeste de las calles Centenario y Doctor Miguel Galindo, escuchando las disertaciones y los sabios comentarios de tan insignes talentos.

Sesiones en las que este redactor sólo iba, como admirador de esos personajes, casi nada más a oír, y a exponer una que otra duda que, por lo regular, era inmediatamente resuelta por dos o tres voces que se complementaban, añadiendo o desmintiendo datos.

En ese tiempo, también, este redactor ya tenía una década publicado sus propios escritos en el Diario de Colima, y leía muy ávidamente la revista “Histórica”, que cada tres meses publicaba el Consejo de Redacción de la SCEH, integrado, si mal no recuerdo ahora, por el profesor Juan Vaca Pulido y por el ingeniero Arturo Navarro Íñiguez.

En una de esas ocasiones fui invitado a participar con ellos en la redacción de la mencionada revista, y me tocó la buenísima suerte de escribir el editorial de un número que íntegramente se dedicó a reseñar la vida y obra del culto presbítero e historiador Florentino Vázquez Lara Centeno, y que se publicó asimismo en junio de 1996. Editorial del que rescato algunas ideas que nos pueden ser útiles para entender la función y la valía de organizaciones culturales como la que reseñamos hoy:

“Los pueblos que, como el mexicano, han padecido siglos de dominio a manos de otros, o viven bajo la égida de gobiernos cuya preocupación básica no es la del desarrollo de los gobernados, suelen no atender ni valorar la labor de aquellos que gastan buena parte de su vida indagando en la de otros con el propósito de rescatar su recuerdo, de que no se pierda la memoria colectiva”.  Y para muchos de los integrantes de esos pueblos “los estudiosos son (lamentablemente) a lo más, ratas de archivo, cucarachas de biblioteca, hombres y mujeres raros y peculiares con los que más vale no tratar, por aburridos”.

Pero, “cuando finalmente alguien descubre que la labor de uno de esos rescatistas del pasado no sólo es valiosa por lo que recupera, sino aún interesante, suele suceder también que ese alguien ya murió y el reconocimiento, por ende, es póstumo”.

Apreciación que no expreso “nomás por nomás”, sino porque, como ya dije arriba, me ha tocado ser testigo presencial, no sólo de muchísimas de las memorables reuniones de trabajo de los integrantes de la Sociedad Colimense de Estudios Históricos, sino del menosprecio que algunas de las autoridades locales en turno, han hecho sobre sus trabajos, a los que no les reconocen ningún valor, obligándolos a casi mendingar para que sus investigaciones vean la luz y se publiquen.

HOY COMO AYER. –

Un día de 1923, un destacadísimo tonilense que fue traído a vivir a Colima desde sus primeros meses de vida, y que desde muy temprana edad se reveló como un hombre polifacético y talentoso, había terminado de escribir el primer tomo de una obra mayor que titularía “Apuntes para la historia de Colima”. El hombre aquel, médico de profesión, maestro de corazón, historiador por afición y gran promotor cultural, se había hecho merecedor del cariño y la admiración de numerosísimos paisanos de aquella época, y no obstante haber sido Director de Educación, Director de la Escuela Normal, promotor del Ateneo Colimense y autor de ya varios libros más, no pudo, sin embargo, en aquella ocasión, recibir una respuesta positiva del gobierno estatal para publicar su nuevo volumen y, desesperado, acudió a sus pobres bolsillos, y al favor de algunos de sus más cercanos amigos, para comprar él mismo una imprenta usada, a la que bautizó “El Dragón”, para no nada más publicar sus libros, sino para publicar todos cuantos quisieran publicar otros paisanos con menor fama y reconocimiento que él.

Ese hombre era, nadie más y nadie menos que el Dr. Miguel Galindo Velasco, pero de nada le sirvió que la gente del pueblo lo reconociera y amara, por lo que, dejando constancia de lo que le sucedió al buscar dichos apoyos, en las “Advertencias Preliminares” que puso a manera de Introducción para su libro, anotó que, no obstante los esfuerzos que en aquellos años estaba realizando el maestro José Vasconcelos, como primer titular de la SEP, para acercar los libros clásicos a toda la población, en lo tocante a la historia de Colima sólo había en ese tiempo, dos pequeñas obras de consulta, muy limitadas además. Por lo que concluía que la historia de Colima estaba aún por hacerse. Para señalar, enseguida, que no había estímulos para quienes escriben o pudiesen escribir se dedicaran a ello, porque el Gobierno de aquel entonces toleraba “los monopolios [editoriales] para proteger la industria nacional”; no obstante que, al actuar de esa manera, el Gobierno estaba fomentando igualmente “la ignorancia nacional” (sic). Y terminaba quejándose de que los pocos editores de su época querían publicar únicamente títulos de “autores conocidos y obras vendibles, aunque de nada sirvan a la instrucción del pueblo”. Forzando así a los escasos y atrevidos autores, a promover la edición de sus obras por su cuenta “y a precio elevado”, generando así su desmoralización.

Algo muy similar a esto sigue ocurriendo en nuestra entidad y, aun cuando han transcurrido 98 años de que se publicó aquella queja, hoy podríamos asegurar que es una pena que aun duele a muchos autores locales que, desdeñados por las instituciones de educación superior, o por las secretarías de estado que debieran de estar brindando esos apoyos, se los han negado a muchos de los compañeros integrantes de la SCEH y otras organizaciones afines, tal vez porque la promoción de sus obras no les sea tan gratificantes como la realización de recibimientos, birrias  y “pozolizas”, sobre todo cuando andan en busca de votos.

CUENTOS, NOVELAS Y RECONSTRUCCIONES HISTÓRICAS. –

Cada uno de nosotros entiende que, así como hoy nos suceden algunos eventos muy parecidos a los que presenciaron el Doctor Galindo y sus contemporáneos, hay otros, totalmente inéditos, que, así como nos brindan nuevas posibilidades de publicación, también nos desplazan.

En lo particular observo que, así como hoy nos está siendo abierta la posibilidad de publicar nuestras obras por la Internet, y a través de las famosísimas redes sociales, hay millones de personas que en cuanto ven que un texto dura más de dos párrafos o no tienen fotos, le dan la vuelta, lo suprimen, lo borran y buscan algo más. Algo que les resulte como más cercano, más inmediato, más atractivo y que, sobre todo, no les quite tiempo, pero, ¿leer un libro es perder el tiempo?

Yo pienso que no, pero ¿qué dirían al respecto los maestros al ver que sus alumnos se resisten a leer? ¿O que dirían los pocos alumnos lectores que ven que sus profesores hace mucho tiempo no consultan un libro tampoco y la “preparación” de sus clases se reduce a tomar notas de la Wikipedia y “fuentes” por el estilo?

Hago alusión a esto último porque entre los más notables miembros de la SCEH han surgido algunas obras sorprendentes que todo colimense debería leer, y cito al azar, sin orden unas cuantas: la novela autobiográfica de El Manumiso, que quiere decir “esclavo liberto”, escrita por el ex sacerdote Gabriel de la Mora, que durante décadas fue la mejor novela que se hubiese escrito en Colima. La Trilogía Histórica Colimense, del padre Roberto Urzúa Orozco que, entre los tres estudios que ella contiene, hay un capítulo magistral relativo a la Historia del Camino Real de Colima, y una reconstrucción histórico-biográfica titulada La muerte del Indio Alonso, que inspiró a otros autores para escribir una obra de teatro y una novela sobre el mismo tema. Del profesor Juan Oseguera Velásquez, fallecido el 11 de diciembre de 1993, sus Efemérides de México y de Colima son un libro de consulta muy frecuente en las escuelas, y se considera monumental la recopilación de 2,698 biografías de contemporáneos nuestros, de la región, de los que la mayoría aún vive.

El profesor Juan Vaca Pulido, fallecido el 8 de abril del 2005, escribió varios libros de legua, literatura y gramática españolas que sirvieron como libros de texto para los tres grados de secundaria. El Profr. Ricardo Guzmán Nava, quien fue diputado local, presidente municipal de Colima, director de Educación Pública en la entidad, fue autor de La Colonia, una muy amplia e interesantísima reseña que abarca desde los inicios de la conquista española de Colima hasta la presencia del padre Miguel Hidalgo aquí como cura interino. Del maestro Genaro Hernández hemos de destacar su libro Gregorio Torres Quintero, vida y obra. De doña María Ahumada Peregrina tendríamos que destacar la integración del Museo de las Culturas de Occidente, que dio inicio con piezas prehispánicas que durante décadas fue comprando a “los moneros” para evitar que se vendieran incluso fuera del país. De doña Magdalena Escobosa Haas, recientemente fallecida, tendríamos que resaltar su obra El Palacio de los Azulejos (la sede de Samborn’s en la ciudad de México), traducido a varios idiomas, y Los Mercedarios, trapiches y haciendas en Colima. De la maestra Mirthea Acuña Cepeda, el libro Cien años de educación cristiana en Colima, en que refiere la vida y la obra de las “Madres Adoratrices”, que tanto han hecho por la educación de los niños en nuestra entidad. De Arturo Navarro Íñiguez, dos veces presidente de la SCEH, quiero destacar las obras que ha publicado sobre las historias de Quesería y Cuauhtémoc, pero sobre todo el libro Andares, en el que con extraordinaria paciencia fue recopilando uno y mil datos sobre los primeros 20 años de esta asociación.  Del doctor José Salazar Cárdenas, villalvarense de origen, pero con largos años vividos en Tecomán, no deben olvidarse ni El Maremoto de Cuyutlán, ni Las haciendas de Tecomán. Por mencionar algunas de las numerosas obras que esta culta SCEH ha producido, y entre las cuales quisiera (“el burro se cuenta al último”) mencionar tres novelas históricas de mi autoría: Colimótzin, Camino de Miraflores y Las últimas rebeliones, de las que algunos literatos que las han leído dicen que son “amenas y entretenidas”.

EL FUTURO QUE VIENE. –

Hace apenas medio año falleció el Dr. Guillermo Ruelas Ocampo, destacado penalista colimense y penúltimo de los presidentes que ha tenido la SCEH. Y hace poco más de un mes la maestra Mirtea Acuña Cepeda traspasó la estafeta de esa presidencia al Lic. Miguel Chávez Michel. Los tres han sido destacados universitarios: Ruelas fue el decano de la Facultad de Derecho; Acuña, maestra en los campus de Tecomán y Villa de Álvarez, y Michel, director de la Facultad de Ciencias Políticas. Todos con acreditada labor.

Esperamos que el popularmente conocido “Lito” (quien sigue siendo también el Cronista Oficial de Armería), pueda seguir llevando avante a nuestra querida Asociación.

 

 

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