Opinión

UNA TRAVESÍA TRASCENDENTE

1° de enero de 2020.

VISLUMBRES

Sexta parte

Abelardo Ahumada

1541 UN AÑO DE TERRIBLES ACONTECIMIENTOS. –

En el capítulo precedente comentamos que tanto el virrey de la Nueva España como el gobernador de Guatemala arribaron al puerto de Aguatán “en la tarde el 24 o 25 de diciembre de 1540”, y que deseando borrar todo indicio, recuerdo e influencia de Cortés en dicho puerto”, el primero decidió cambiarle el nombre y le impuso el de “Puerto de Navidad”.

Comentamos también que, con sus respectivas gentes, ambos permanecieron en dicho puerto al menos hasta el mes de marzo de 1541, porque cuando a mediados de abril el virrey iba ya de regreso a México, unos colonos hispanos que habitaban en Valle de Guayangareo, lo interceptaron para   solicitarle permiso para fundar en ese sitio una nueva villa española, en donde no hubiera indígenas, como sí sucedía en Pátzcuaro, en donde ya convertido en flamante obispo, radicaba don Vasco de Quiroga.

Todo esto al mismo tiempo en que los colonos que estaban radicando en la tercera Villa de Guadalajara y en los demás fundos hispanos de sus alrededores estaban siendo atacados por numerosos indios rebeldes de la región caxcana y aún otros, procedentes de Culiacán, del sur del actual estado de Durando y de las abruptas tierras nayaritas. Y que, habiendo sido requerido por el alcalde de Guadalajara para repeler el ataque de los indios rebeldes, Pedro de Alvarado perdió la vida el 4 de julio, luego de haber sido aplastado por un caballo, cuando él y sus amigos huían del cerro del Mixtón, perseguidos por los indios de Tenamaztle.

Pero me faltó decir que, en 1539, Nuño Beltrán de Guzmán, conquistador del basto territorio con que se conformó la provincia de Nueva Galicia, ya no estaba en sus dominios de Compostela, Chiametla, Culiacán, Guadalajara y Villa de Purificación, porque por sus abusos, los reyes “lo mandaron desterrar de su tierra (sic), y que siempre anduviera en la corte, sentenciándole con cierta cantidad de pesos de oro”, como lo testificó Bernal del Castillo, a quien le tocó verlo por allá.

EL PAPEL QUE JUGARON LOS “INDIOS AMIGOS”. –

Desde finales de mayo el virrey Mendoza tomó nota de los alcances que podría tener la “rebelión de Nueva Galicia” y empezó a organizar “el ejército más numeroso” que se hubiese visto hasta esos momentos en aquella tierra de conquista. Pero quiero hacer notar que el grupo más numeroso que participó en dicho ejército no fue el que integraron los españoles que respondieron al llamado del virrey, sino el de los nativos de los diversos pueblos que, ignorantes tal vez del futuro de sometimiento que les esperaba a todos por colaborar con los españoles, prefirieron hacer causa común con ellos, para combatir a los aguerridos chichimecas. Siendo ése un fenómeno que comenzó a suceder desde que, en la primavera de 1519, Hernán Cortés se percató de la enemistad y el rechazo recíproco que prevalecía entre las diversas naciones aborígenes que conformaban el mosaico pluricultural y lingüístico del territorio más densamente poblado de lo que hoy es México.

Junto con Cortés, en efecto, pelearon primero los cempoaltecas para someter a los tlaxcaltecas y, una vez sometidos éstos se unieron a los españoles para masacrar a los cholultecas. Sin olvidarnos de que inmediatamente después los texcocanos, los chalcas, los xochimilcas y otros pueblos más se dispusieron a “darse de paz” con la gente de Cortés y a unirse a él para combatir a los mexicas.

Y sin que se nos olvide tampoco que un gran conjunto de acolhuas y otro de michoacanos apoyaron a Gonzalo de Sandoval en la “pacificación” de tecos, colimecas y cihualtecos. Y que luego éstos, convertidos ya en “amigos” del capitán Francisco Cortés, salieron con él desde Colima, para someter a los de Autlán, Tomatlán y los pueblos de la Bahía de Banderas.

Siguiendo entonces una táctica similar, el 1° de junio de 1541, el virrey Mendoza publicó “un bando solemne” dirigido tanto a los españoles residentes en la ciudad de México, como a los caciques indios ya sometidos, para que se incorporaran en el ejército que no tardaría en salir a pacificar a los indios rebeldes de la Nueva Galicia.

En esos días había en la capital de la Nueva España una gran cantidad de peninsulares e isleños hispanos que aún no habían “hecho fortuna”, por lo que decidieron atender el llamado del virrey, tal vez con la expectativa de que tras participar en las batidas a que fueron convocados, encontrarían la oportunidad de concretar sus sueños.

Por otra parte, el virrey ordenó a los mencionados caciques que reuniera cada uno equis número de guerreros, y les proveyeran de armas y de bastimentos suficientes para mantenerse mientras durara el traslado, y así fue como, unos por su voluntad y otros por la fuerza, se incorporaron al gigantesco ejército, que partió desde la ciudad de México a finales de septiembre del mencionado año. Todo eso sin que ninguno de los integrantes pudiese imaginar siquiera que, precisamente el 28 de ese mes, la gente de Tenamaztle puso en sitio y acometió a la fortificada Villa de Guadalajara.

José María Muriá, un famoso historiador tapatío, dice que eran tan grandes las huestes que acompañaban al virrey Mendoza que “tardaban tres días o más en pasar por los lugares de su camino”. Y sobre la ruta que siguió aquel abigarrado conjunto de guerreros de diferentes dialectos, hay un curiosísimo memorial escrito por “Gabriel de Castañeda, principal y natural del barrio de Michoacan Colomochco”, del pueblo de Chalco, que menciona punto por punto los sitios por donde fue pasando y los días que permanecieron en cada lugar. Dándonos, además, interesantes datos sobre la composición de tan singular ejército.

El histórico documento se titula “Relación de la Jornada que hizo don Francisco de Sandoval Acazitli, cacique y señor natural que fue del pueblo de Tlalmanalco, provincia de Chalco, con el señor visorey don Antonio de Mendoza cuando fue a la conquista y pacificación de los indios chichimecas de Xuchipila”. Y constituye información de primera mano, que no consignó ninguno de los testigos españoles que marcharon con don Antonio.

No me detendré en resumir el texto, pero sí me valdré de él para afirmar que, como bien lo precisa el autor, muchos de los indígenas que iban participando ya habían sido cristianizados, y que él mismo, sin nombre ni apellido indígena, debió de ser uno de los primeros hijos de la nobleza local, que fueron alumnos de los franciscanos, pues aun cuando redactó su texto en náhuatl, lo escribió con grafías españolas.

Pero, en fin, más allá de cualquier elucubración sobre el origen y la identidad del autor, él dice que fue “el Sr. D. Francisco de Sandoval Acazitli, cacique y señor natural del pueblo de Tlalmanalco, provincia de Chalco” quien le mandó ir “asentando y escribiendo todo lo que fuese sucediendo cada día en esta jornada”. Por lo que gracias a ello podemos tener una idea de quiénes fueron los integrantes de tal ejército, de reconstruir la ruta que siguieron y de saber cuál fue la duración que tuvo aquel periplo bélico.

Siendo éste un testimonio que revela cuál era la actitud que tenían no pocos de los caciques participantes, y que se resume en lo que el propio cacique chalca hizo anotar en el tercer párrafo de la relación escrita por Gabriel de Castañeda:

“Yo D. Francisco de Sandoval, cacique y señor que soy de esta ciudad de S. Luis Tlalmanalco, habiendo tenido noticia que el señor visorey D. Antonio de Mendoza [estaba requiriendo gente para ir a] una guerra en la tierra de los chichimecas de Xuchipila, fui a la dicha ciudad [de México], y supliqué al señor visorey me hiciese merced de que yo fuese y los de mi provincia de Chalco a servir en esta guerra, y su señoría tuvo por bien de que fuésemos […]; y luego que volví a Tlalmanalco previne luego toda la gente de esta provincia de Chalco […] Amecamecan, Tenango, Xochimilco y […] de Tlalmanalco; y todos de buena voluntad admitieron de ir a servir en esta dicha guerra, así la gente principal y de la república, como la militar y mandones de ella”.

Más adelante dice que él y toda su gente, a los que proveyó de “armas, de ichcahuipil, rodelas y espadas”, partieron desde Tlalmanalco un “lunes 29 de septiembre, y fuimos a dormir a Mexicatzinco, y luego nos fuimos y estuvimos en México dos días; y de allí salimos [el] jueves” primero de octubre.

A partir de allí menciona, por ejemplo, que por “una banda iban los tlaxcaltecas, huexotzincas, quauhquechultecas, y luego se seguían los mexicanos y xilotepecas, y luego los aculhuas, y en el otro lado los de Michoacan, Mextitlan, y los chalcas”. Y recordó que, junto con su jefe “Don Francisco”, iban también, al menos “don Juan el de Cuyuacan, y don Mateo el de Cuitlahuac”.

Colateralmente, “los doce viejos sabios”, entrevistados por fray Bernardino de Sahagún y sus estudiantes, le precisaron que fue “don Diego Teuetzquiti, décimo quinto gobernador de Tenochtitlán” (sic) quien encabezó a los mexicanos “a la guerra con los chichimecas”. Y que fue “don Martín Tlacatécatl, sexto gobernador de Tlatelolco” (re-sic) el que encabezó a los tlatelolcas en “la guerra que tuvo don Antonio de Mendoza con los chichimecas de Nochixtlan, Xuchipilla y Tototlan, y de los de Sibola”.

Con lo que tenemos, pues, dos fuentes indígenas que coinciden en los hechos y nos revelan, además, que no fue Cuauhtémoc, el último gobernante mexica, sino que hubo varios más que, como él mismo en al menos cuatro años de su vida, gobernaron bajo la tutela de los españoles.

PACIFICACIÓN A SANGRE Y FUEGO. –

Un dato muy interesante que nos reveló el cronista chalca, nos permite saber que, en algún punto del recorrido, les tocó a ellos “llevar la artillería [española] tirándola o arrastrándola, con lo que se les duplicó el trabajo, y también llevaban a sus cuestas las balas de artillería, y demás municiones y adherentes de ella, y la guarda del ganado ovejuno”. Habiéndose turnado para lo mismo, los otros pueblos participantes.

El primer enfrentamiento que las gentes de Mendoza tuvieron contra los indios rebeldes se verificó en Tototlán, donde duró el combate casi 24 horas, “aplastando a los adversarios” y provocando una gran matanza entre ellos, que culminó con la captura de “248 prisioneros que, tras herrarlos, fueron vendidos como esclavos entre los propios españoles de la columna”.

Con esa misma tónica actuó el ejército del virrey en lo que restó de la sangrienta campaña, propiciando con semejante actitud que “los indios [capturados o vencidos], frente a la probabilidad de una sobrevivencia infausta, se comenzaron a matar unos a otros, y a despeñarse” arrojando incluso sus niños a los barrancos.

Varios de los testigos de aquellos hechos coinciden en que la última batalla contra los indios que estaban asediando la tercera Guadalajara se llevó a cabo el cerro de El Mixtón entre el 9 y el 16 de diciembre de 154, aunque no acabaron a los rebeldes sobrevivientes, que sólo se retiraron, favorecidos por las anfractuosidades de la barranca.

Gracias a eso, y antes de perseguirlos, el virrey decretó una tregua desde las vísperas de Navidad y, describiéndola, el relator chalca dice: “Y el domingo, que fue día de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo, se puso la gente en un prado, y […] luego le dieron pescado, codornices y comida para las cabalgaduras; y […] tuvieron su danza los de Amaquemecan; y al tercer día […] que fue martes, día de S. Juan, danzó el Sr. D. Francisco, y se cantó en él el canto chichimeca: hubo flores y pebetes, comida y bebida de cacao que dio a los señores; y todas las naciones de diversas provincias danzaron puestas sus armas, sus rodelas y macanas; todos bailaron, sin que de parte ninguna quedase por bailar”.

Con posterioridad a dichos festejos y pasando muchos trabajos, continuó la terrible labor de pacificación incluso hasta con los indios de Tequila, desde donde algunos de los caciques acompañantes empezaron a tomar la determinación de volver a sus pueblos.

Pasaron, sin embargo, Plan de Barrancas, y llegaron hasta Ahuacatlán, y ya en enero, los primeros que retornaron fueron los tlaxcaltecas y, aunque don Antonio se enojó por ello, a los pocos días, viendo que ya estaba casi totalmente apaciguado el grueso de los rebeldes, les agradeció en Etzatlán su participación y les permitió su regreso. Regreso, empero, que de ningún modo fue pacífico y en calma, puesto que, como iban muy gastados y prácticamente sin botín, la mayoría de los contingentes participantes tomó un camino diferente, y por donde fue pasando robaron, saquearon, secuestraron y destruyeron cuanto pudieron. Sin que nadie les pudiese reclamar algo, o castigar por ello.

LA FUNDACIÓN DEFINITIVA DE GUADALAJARA. –

Antes de continuar adelante conviene detenerse un momento para precisar que, como la tercera Villa de Guadalajara, quedó bastante dañada durante el ataque que recibió el 28 de septiembre de 1540, el cabildo y sus principales pobladores se reunieron el 30 para reflexionar en lo acontecido y en lo que podría suceder después, habiendo llegado a la decisión de que lo mejor que podrían hacer era cambiar nuevamente de sede a un mejor lugar. Nombrando allí mismo algunos exploradores que salieran a buscarla. Todo eso sin que ninguno supiera que para esa fecha ya habían salido desde la ciudad de México las huestes que, encabezadas por el virrey Mendoza, venían finalmente en su apoyo. Así que, mientras el ejército de Mendoza se dirigía lentamente hacia Tlacotlán, los exploradores se fueron a cumplir con su cometido, encontrando tal sitio “en la margen poniente del río que llamarían de San Juan de Dios, en el Valle de Atemajac”.

No sabemos si los exploradores regresaron a Tlacotlán antes de que el ejército de Mendoza hiciera su arribo, o inmediatamente después, pero sí que, cuando llegó el ejército, una buena parte de los habitantes varones de la tercera Guadalajara “se incorporó a la columna” y marchó con ella hacia Nochistlán. Por lo que nadie volvió, de momento, a tocar el tema.

La idea, sin embargo, persistía y, según pasaron las cosas, se infiere que durante los días que continuó la persecución de los indios, Cristóbal de Oñate le habría expuesto al virrey las razones para realizar el cambio de lugar. Pues no de otro modo se explica el hecho de que, el 5 de febrero de 1541, estando todavía ambos “en el real de Ahuacatlán”, Oñate, en su calidad de gobernador de Nueva Galicia, “designó a las autoridades que deberían instalar [la definitiva] Guadalajara”.

Todo esto en tanto que ya era preocupación del virrey el hecho de saber que los barcos que Pedro de Alvarado dejó en el Puerto de Navidad, estaban en el abandono, o habían sido saqueados por quienes no habían recibido pago por sus trabajos.

Continuará.

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