Opinión

“El crimen de Roberto Chapula”

PARACAÍDAS

Rogelio Guedea

No hace ni una semana que en esta misma columna advertí que las diferentes instancias de gobierno, las instituciones (públicas y privadas) y algunos sectores específicos de la sociedad (el político y empresarial) debían urgentemente extremar precauciones porque la violencia en nuestra entidad escalaría a un nivel que todos lo lamentaríamos. Debo aceptar que por este artículo recibí más comentarios de aprobación que de reprobación, pero aún así hubo unos cuantos en los que se me acusaba de exagerar mis “especulaciones”.
Es lamentable que el reciente crimen del diputado verde ecologista Roberto Chapula de la Mora, a quien en lo personal tenia en gran estima, haya corroborado lo que expuse en aquel artículo y que esto no sea, de no darse una vuelta de tuerca urgente en la estrategia contra la inseguridad, sino el principio de una serie de eventos terroristas nunca antes vistos en nuestra entidad.
Por sus características propias, el crimen del diputado Roberto Chapula podría calificarse como magnicidio no tanto por el hecho de la investidura de que gozaba el ahora extinto ex diputado al momento de ser asesinado, sino sobre todo  porque Chapula de la Mora fue, se quiera o no, una pieza emblemática de la política local desde hace muchos años, quien además ocupó cargos tan relevantes como la presidencia de la Comisión de los Derechos Humanos del Estado o haber sido unos de los abogados penalistas de larga tradición en nuestra entidad.
El crimen del también ex candidato a la presidencia municipal de Colima termina por dilapidar esa idea muy local de que si bien  los políticos son capaces de  insultarse (y hasta golpearse) en tribuna siempre terminarán  dándose un abrazo y brindando con cerveza en alto al coincidir  en un restaurante o fiesta familiar. Eso es precisamente lo que ha sucedido: que se ha terminado por desmembrar lo que considerábamos la gran familia política colimense para convertirse ahora en una zona de guerra  en la que todos los políticos de la misma o similar raigambre son susceptibles de terminar, desafortunadamente, en las mismas condiciones.
El crimen de un personaje de la talla política de Roberto Chapula de la Mora habla simplemente, como digo, de que al interior de la gran familia política colimense se han infiltrado agentes extraños  a quienes ya no les importa destruirla porque sus intereses están muy por encima de esa propia familiaridad o sentido de pertenencia. A esos advenedizos (en su mayoría criminales con la sangre muy fría) no les importa acabar con todos los cimientos que sostienen a esa familia, incluidas las leyes no escritas del sagrado respeto a la integridad física de la persona y de los suyos propios. Eso se ha acabado ya. Está muerto.
Por eso es que es urgente que todas las instancias de gobierno y todos los grupos políticos colimenses (esa gran familia que he mencionado) den un paso adelante e impidan que esta escalada de violencia llegue realmente a destruir para siempre lo que un día fue, con todo y lo malo que esto hubiera sido, nuestra clase política local. Es importante, pues, que la gobernadora Indira Vizcaino y todos los presidentes municipales de la entidad formen un gran pacto contra la violencia que azota nuestra entidad e impidan que el ascenso de esta espiral termine destruyendo por completo la esencia de lo que somos como colimenses.
Como lo dije en mi artículo anterior, de no hacerlo pronto esta escalada de actos terroristas que ya ha empezado alcanzará a mucho más.

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