Opinión

EL ASCENSO DE NAPOLÉON Y LAS REPERCUSIONES QUE TUVO EN EUROPA. –

VISLUMBRES

CAPÍTULO EN QUE SE COMENTA QUE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA INICIÓ EN ESPAÑA

Abelardo Ahumada

Un día de finales de diciembre de 1799, llegó a Veracruz la noticia de que el 9 de noviembre anterior, Napoleón Bonaparte encabezó un golpe de estado en contra de la Diputación General o “Consejo de los Quinientos”, que muy mal estaba gobernando la naciente república francesa. República con cuya ideología simpatizaban no poco de los criollos más ilustrados de la capital de la Nueva España y sus provincias.

Las noticias procedentes de Europa tardaban algunas semanas en cruzar el Atlántico, pero muy pocas tuvieron que ver con el futuro político del todavía pujante virreinato novohispano, como ésta que comentamos, y a la que muy pronto siguieron otras: como la de que una vez diluido el pésimo gobierno de Los Quinientos, se estableció un Consulado interino en el que por lo pronto participaron tres grandes de Francia, pero en el que a los pocos días Napoleón figuró como Primer Cónsul, promulgando una nueva Constitución, en la que si bien se rescataban los principios de “libertad, igualdad y fraternidad”, enarbolados diez años antes por los revolucionarios franceses, quedaba un resquicio para que, en el momento oportuno, Napoleón se convirtiera en Emperador, no nada más de Francia, sino de una gran parte de Europa.

La llegada de aquellas noticias, pues, poco a poco fue propiciando que, en los primeros años del siglo XIX, en todas las ciudades y en las principales villas y pueblos de la Nueva España, empezaran a surgir numerosos grupos de admiradores “del Gran Napoleón” quien, con muy efectivos golpes de astucia y estrategia militar, se convirtió en rey de Italia, derrotó al emperador de Austria y se posesionó de la mayor parte de lo que hoy son Bélgica, Holanda y Alemania.

Frente a semejantes muestras de poderío, algo le pasó al rey Carlos IV de España, que no supo medir las ambiciones del corzo y, tal vez porque se considerara inatacable al seguir siendo el gobernante de las más extensas regiones en el Continente Americano, nunca llegó a sospechar que él mismo estuviera en la mira de Bonaparte, como en efecto lo estaba.

En aquellos años la única potencia europea que le hacía frente al poderío napoleónico era la Gran Bretaña, que poseía la mejor flota militar y ya superaba en esto también a España. Viendo esto, Bonaparte intentó, sin ningún éxito, invadir y someter militarmente a Gran Bretaña; pero como controlaba casi todo el resto de Europa, decretó una especie de Bloqueo Continental en su contra, para aislarla comercialmente.

La mayoría de los países sometidos a su imperial dictamen se sumaron al bloqueo impuesto sobre los ingleses, pero el imperio de Portugal, viejo aliado de aquéllos, y antiguo rival de los españoles, se negó a ello; provocando el enojo del corzo, quien decidió entonces proceder a su invasión. Pero como no podía hacerlo por mar, decidió hacerlo por tierra y…

NAPOLEÓN BUSCA ALIARSE CON CARLOS IV DE BORBÓN. –

Para que sus ejércitos pudiesen atacar a Portugal por tierra, necesariamente debía contar con el consentimiento del monarca español. De tal manera que, en cuanto pudo hacerlo, le envió a Carlos IV unos eficientes emisarios que, una vez bien puestas las barajas sobre la mesa, lo convencieron de lo ventajoso que podría ser aliarse con Bonaparte, en vez de tenerlo como enemigo, y si, además, Napoleón lo invitaba a que se repartieran el cuantioso botín que se derivaría de invadir Portugal, con muchísima mayor razón tendría entonces que aliarse.

El muy astuto emperador había estado atento a las posibles reacciones que el viejo monarca español podría haber tenido cuando invadió Italia, Austria y sobre todo los Países Bajos, pero como se percató de que habían sido muy tibias e incluso inexistentes, dedujo que Carlos IV de Borbón ya no tenía ni el valor ni el poder que habían tenido sus antecesores y decidió, asimismo, invadir posteriormente a España, pero, jamás se lo dijo a nadie.

El primer gran logro que el corzo obtuvo al enviar sus primeros embajadores ante el ya muy decrépito monarca español fue que Carlos IV nombró a su ministro Manuel Godoy, como embajador plenipotenciario para negociar la invasión de Portugal y, a principios de octubre de 1807, éste se trasladó a la ciudad francesa de Fontainebleau, en donde el emperador lo había citado.

Al promediar ese mes Napoleón ya tenía todo su plan armado y el 27, el ministro Godoy estampó su necesaria firma para que 65 mil soldados franceses pudieran cruzar próximamente la frontera española y atravesaran su territorio para “ocupar Portugal”.

ESPAÑA Y FRANCIA INVADEN PORTUGAL. –

Ya en noviembre, las tropas españolas que solían estar acantonadas en las provincias norteñas, invadieron a Portugal por el lado de Oporto, y las sureñas hicieron lo propio, por el lado de Badajoz, desconcertando al Príncipe Regente portugués y a sus generales, quienes, por lo visto, jamás sospecharon que el rey de España terminaría siendo aliado de Napoleón en semejante maniobra.

Desconcertados y todo, trataron de organizar su resistencia, pero como ya por entonces tuvieron noticia de que las tropas francesas habían atravesado las tierras de Extremadura y cruzaron, el 20, su propia frontera por Alcántara (España), ya no pensaron más que en el “sálvese quien pueda”, y comenzaron a trabajar en eso

Así, pues, al constatar que era muy poco (o tal vez ya nada) lo que podrían hacer para defender su territorio, el Príncipe, su séquito y muchísimos nobles y adinerados lusitanos empezaron a fletar todos los barcos que les fue posible reunir, con la intención de poner un mar de por medio entre ellos y la gente de Napoleón, por lo que, habiendo sabido que ya las tropas del corzo estaban a un día o dos de camino hacia Lisboa, su capital, el 28, desde muy temprano, se comenzaron a embarcar y, amontonados casi, al presentarse los buenos vientos del amanecer del 29, centenas de ellos se fueron  hacia Brasil, aunque hay unos historiadores que dicen que fueron cerca de 15 mil.

NAPOLEÓN DECIDE UNA “OCUPACIÓN AMISTOSA” DE ESPAÑA. –

Todas esas noticias llegaron igualmente a los pueblos, las villas y las ciudades de la Nueva España, donde los numerosos simpatizantes del corzo empezaron a endiosar a Napoleón por haber tenido “la gracia” de pactar con Carlos IV tan singular alianza, para acabar, de una vez por todas, con las antiguas disputas que, por diversos asuntos, habían tenido los reinos de España y Portugal desde siglos atrás. Pero lo que todavía no sospechaba nadie era que el emperador francés tuviese una segunda y más profunda intención: la de apoderarse, como ya dije, de toda la Península Ibérica.

Y de todo esto comenzaron a caer en cuenta los mismísimos habitantes de San Sebastián, Victoria, Pamplona, Burgos, Valladolid y Salamanca, al observar que no sólo habían pasado por sus territorios los 65 mil soldados de Napoleón que iban hacia Portugal, sino que iban llegando miles y miles más que se acuartelaban en sus respectivas ciudades.

Así inició entonces febrero de 1808, cuando asustado por semejante presencia militar, Godoy le preguntó a Napoleón qué estaba pasando, y éste le dijo que ésa era una “ocupación amistosa”, mientras terminaban de arreglarse las cosas en el reino de Portugal.

A manera de previsión, Godoy le sugirió al rey y a su familia que se trasladaran hasta Aranjuez, en donde podrían tener expedita la ruta de escape hacia el mar, como lo había hecho la familia real portuguesa.

Pero la gente de las provincias del norte de España ya no veía con buenos ojos a los soldados galos y, un día, a principios de marzo, empezaron a suscitarse algunos enfrentamientos de pequeños grupos hispanos contra los “ocupantes”, hasta que, el 17, estalló un motín en Aranjuez, que culminó con la renuncia de Manuel Godoy, y con la dimisión del rey en favor de su muy joven hijo, Fernando VII.

El mal, sin embargo, ya estaba hecho, y la “ocupación amistosa” de las fuerzas galas se convirtió en una ocupación a secas. Provocando que los inconformes se empezaran a organizar para defenderse, pese a que su nuevo monarca recibió al general Murat, en Madrid, el 23 de ese mismo mes, todavía como aliado.

Pero para “acabarla de amolar”, Murat le hizo notar a Fernando VII que ni él ni su padre ya no tenían nada que hacer ahí, y que Napoleón los quería ver en Bayona. Así que, con todo y la humillación que todo eso les produjo, tuvieron que abandonar Madrid, mientras que un buen número de sus habitantes, hartos de ver semejante actitud, el 2 de mayo, se levantaba en armas.

Y el día 6, tanto Fernando VII como Carlos IV de Borbón se vieron en la penosa necesidad de abdicar la corona en nombre de Napoleón, quien se la cedió de inmediato a su hermano José, a quien lo hizo regresar desde Nápoles, donde gobernaba.

LAS NOTICIAS VOLARON COMO GAVIOTAS. –

Y toda esa serie de nuevos acontecimientos poco a poco se empezaron a difundir más allá de los puertos de Sevilla y Palos, llegando, obviamente, hasta Cuba, Santo Domingo, las demás islas y a los virreinatos americanos. Donde, por lo pronto, primero se generó un connato de rebeldía en contra de la presunta traición de Napoleón; y luego se comenzó a pensar en la inconveniencia de seguir enviando las contribuciones a que la Corona los tenía obligados, por entender que todos los recursos que pudieran enviar desde cualquier punto de América a España, habría de ir a parar a manos de Napoleón, y de su hermano José Bonaparte, al que por su afición constante a la bebida, los rebeldes españoles lo bautizaron como “Pepe Botella”.

Es de entenderse que la admiración que los novohispanos y los neogallegos habían llegado a sentir por Napoleón comenzó a fracturase en unos, pero ha de admitirse también que se incrementó en otros: los que empezaron a ver la oportunidad que sin buscarla aquél les brindaba: la de liberarse del infausto dominio que sobre de ellos, sobre sus padres y sus abuelos habían ejercido, a veces muy abusivamente, los gobernantes enviados desde la Península, sobre todo durante el periodo de los reyes absolutistas, y que les impedían ser a los americanos, los conductores de sus propios destinos.

Y si nosotros sabemos ver bien las cosas, esa Guerra de Independencia, que no tardarían demasiado en iniciar en Dolores, el cura Miguel Hidalgo, Ignacio Allende y sus amigos, tuvo su muy eficaz antecedente en la propia que iniciaron también los habitantes de España, cuando el 2 de mayo de 1808, decidieron levantarse en armas para librar a su patria del dominio de Francia y de Napoleón.

Dicho todo ello sin restarle ningún mérito a los numerosísimos americanos que, motivados por ese importante ejemplo, decidieron luchar también para desembarazarse del dominio y de la explotación inmisericorde que generaciones habían estado padeciendo.

Ya otro día, les platicaré, si hay modo, lo que siguió después.

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