Opinión

LOS BUSCADORES DE PERLAS

Abelardo Ahumada

“LA MANZANILLA”. –

Antes de cualquier cosa haré unas breves puntualizaciones que nos permitirán comprender mejor el origen y el sitio en el que realmente nació el puerto de La Manzanilla, nombre original del actual puerto de Manzanillo, Colima:

En primer término, quiero señalar que, así como Guadalajara “se comió” en su desarrollo a San Pedro Tlaquepaque, Zapopan, Tonalá, Santa Anita y Tlajomulco; Manzanillo también “se comió”, en primer término, al pueblecito lacustre de San Pedrito, luego al asentamiento ejidal de Tapéixtles, y más tarde a los pueblos de Salagua, Santiago y Miramar.

Sin irnos demasiado atrás, déjenme decirles que hasta el Censo de Población de 1960 ninguna de esas pequeñas poblaciones formaba parte de la mancha urbana de Manzanillo, y que, incluso, Salagua y Santiago, que hoy son dos ámbitos muy grandes y poblados de la moderna ciudad, no sólo estaban en esos años separadas de las últimas casas de Manzanillo por más de 10 kilómetros de playa, sino que tenían la categoría de “rancherías” y, coincidentemente, contaban con apenas 101 habitantes cada una. Todo eso aparte de señalar que el poblado de Miramar ni siquiera existía. Siendo ése el motivo por el que en los mapas del siglo XX que se dibujaron de las dos bahías hasta antes de 1970, todas esas comunidades estaban separadas entre sí, y tanto el puerto como la zona urbana de Manzanillo únicamente ocupaban el “rincón” donde hoy está “el centro” de la ciudad, teniendo como orilla extrema, por el sur, la laguna de Cuyutlán, y estando todavía casi virgen la laguna de San Pedrito, que comenzó a ser dragada en 1971 para construir ahí lo que inicialmente se conoció como “Puerto Interior”, y hoy es el verdadero puerto, puesto que sus antiguas instalaciones ya casi no se usan.

Una vez hecha esta aclaración introduzcámonos directamente al tema: en el capítulo anterior les dije que “existen cuatro muy interesantes y coloridas descripciones que hablan sobre la Provincia de Colima durante la segunda mitad del siglo XVIII”, pero que ninguna de ellas habla de Manzanillo como puerto, “aun cuando las dos más recientes sí mencionan un sitio despoblado conocido como ‘La Manzanilla’, cuya ubicación coincide poco más o menos con el ancón de la bahía, o por decirlo de manera más fácil de entender, ‘con el actual muelle de los pescadores’, en la parte más vieja del puerto”.

‘Curiosidad histórica’ de la que prometí hablar una vez que regresáramos de las vacaciones. Y eso es lo que voy a hacer:

LOS BUSCADORES DE PERLAS. –

Hablando desde el siglo XVI hasta finales del siglo XVIII, existen puntuales referencias en torno a que en las aguas ambas bahías hubo “placeres (o criaderos) de perlas” y, en consecuencia, gente que se dedicaba a bucear para sacarlas.

En diferente sentido existen también algunas noticias que nos precisan que, hacia finales del siglo XVIII, los antiguos puertos de Salagua y Santiago estaban casi totalmente deshabitados y en desuso, debido a la preeminencia que desde dos siglos atrás había logrado alcanzar Acapulco y, más recientemente, el puerto de San Blas, en la Nueva Galicia.

Por otra parte, una de las primeras menciones escritas que se conocen acerca de la existencia del “puerto de La Manzanilla”, data del 5 de febrero de 1789 y aparece en ultima de las tres descripciones de la Provincia de Colima atribuidas al alcalde mayor Miguel José Pérez Ponce de León. Aunque no agregó ningún otro dato adicional, y tampoco hizo alguna referencia a sus posibles habitantes.

Complementariamente, sin embargo, en otro informe fechado el 2 de enero de 1793, aparece la nota de que algunos buzos recolectores de perlas seguían yendo, por temporadas, a diversos espacios de las bahías de Santiago y Salagua para extraer las preciadas piezas.

El autor de dicho informe fue el coronel español Diego de Lazaga (o Lassaga), quien había estado trabajando los dos años precedentes en la Provincia de Colima, dedicado a levantar un censo de su población y todos los datos que pudieran ser interesantes al virrey que lo comisionó para eso.

El coronel Lazaga anotó en dicho informe que algunos de aquellos recolectores de perlas habían tomado como sitio preferido para su extracción el rincón de la ensenada mejor protegido por los cerros, al que posiblemente ellos mismos habían bautizado como La Manzanilla, por encontrarse allí, junto a la playa, unos abundantes arbustos que precisamente producían unas frutitas con apariencia de diminutas manzanas, pero de una “especie bastante venenosa”.

Y él mismo explica que a dichos recolectores de perlas se les dificultaba permanecer en el lugar más tiempo, debido a que no había agua dulce en las cercanías y se veían obligados a beber “un agua amarilla, corrompida y de fatal sabor, que les ministraba una poza que tenían en lo más bajo de la playa”.

Como autoridad virreinal que era, Lassaga nos da a entender que durante su estadía en dicho sitio (ocurrida en una fecha indeterminada entre 1791 y 1792), estuvo observando el área y se le ocurrió ordenar a sus ayudantes que cavaran una “casimba” (pozo o noria), en la que finalmente hallaron agua buena para beber, pues dijo:

“En la Manzanilla no hay recurso de agua para beber, ni valiéndose de casimbas, [pero] una de éstas, los días que estuve allí, me [la] facilitó con abundancia y sin sabor salobre, de suerte que los buzos celebraron mucho el hallazgo que no esperaban, por haber hecho yo picar en paraje más elevado de la playa que nominan de San Pedro”.

PROYECTOS PARA POBLAR EL PUERTO. –

Complementando esos datos, Lassaga informó al virrey que en la ensenada de La Manzanilla se hallaba: “un fondeadero de arena sin piedra alguna y de bastante abrigo, con seis brazas de agua [de profundidad], a medio tiro de fusil de tierra […] En cuyo paraje hay placer de perlas de bello oriente, y el cerro de San Pedro y el inmediato a él, proporcionan por su elevación, [las posibilidades de] fortificar a poca costa, pero sólo podría servir para proteger a los barcos que abrigase su cañón”. Señalando asimismo que la distancia a los dos sitios poblados más cercanos era de 7 y 13 respectivamente, siendo el primero la hacienda de Miraflores, y siendo Caxitlán el segundo.

Es muy posible que las descripciones de Ponce de León y  Lazaga hayan influido para que las autoridades virreinales decidieran promover la población del puerto de La Manzanilla y tal vez fortificarlo también, aunque, si es que fueron llevados a cabo, tales proyectos no parecen no haber prosperado de inmediato, puesto que, según otros informes, habrían sido interrumpidos por los brotes de inseguridad propiciados por las luchas por la Independencia, como se mira en otro testimonio rescatado por el padre Florentino Vázquez Lara, y que redactó su colega, Juan José Razura, párroco de Santiago de Tecomán.

Dicho testimonio, fechado a su vez el 6 de noviembre de 1813, fue enviado a don Juan Ruiz de Cabañas, Obispo de Guadalaxara (sic) y consiste, en primer término, en una muy bonita descripción de la Parroquia de Tecomán, la cual trae, a su vez, inserta, una descripción de los puertos de La Manzanilla y Santiago a los que menciona casi totalmente deshabitados:

“Tecomán es un pueblecito de escasa y mal ordenada población: los indios entre ambos sexos son cuatrocientos y tantos, los más viven adonde nombran el Cerro, a legua y media del Pueblo, a donde siembran algodón y maíz. Los vecinos (blancos, mestizos y mulatos) son poco menos que los indios, y están repartidos en los ranchos que forman la feligresía. Su fundación sobre arena hace muy incómodo su piso, Es escaso en agua; facilítase en pozos; estos son muy estériles, aunque es la mejor del bajo. Está rodeado de monte, más tupido [al] oriente… Su temperamento es sano, libre en su recinto de perjuicio de mosco y zancudo; pero abunda de turicatas en las casas, y garrapata en el monte. Casas de paja…

“… A continuación, siguiendo el Occidente, están el dilatado palmar de Qualata… El Puerto de La Manzanilla, y a tres leguas de distancia, el de Santiago… su posición de éste es muy hermosa… su suelo de los más feraces para algodón y maíz… [pero] no es mayor su población, la que se ha demeritado, por haberse sublevado algunos de los que la formaban… Carece de uso, siendo bien poco lo que de él se hace, pues no hay causa que lo mueva…”

LAS REPERCUSIONES DEL “GRITO” EN COLIMA. –

Como se observa en el testimonio del padre Razura, en 1813 la guerra de Independencia ya estaba teniendo claras repercusiones en Colima y sus alrededores, y eso nos da pie para que no nos olvidemos de que el tema fundamental que estamos tratando en este largo trabajo es ése.

Pero antes de volver a él, quiero todavía mencionar algunos elementos que de algún modo anuncié en el capítulo 11, y nos posibilitarán una mejor comprensión de los hechos:

Me refiero a que, tras concluir el temporal lluvioso de 1801, el obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas se dispuso finalmente a realizar su primera visita pastoral a los pueblos más importantes de su diócesis. De tal modo que durante los meses de octubre, noviembre y diciembre estuvo realizando una primera ronda de visitas en la región de Los Altos, y luego se dirigió hacia el sur.

Coincidentemente, según datos de la época, entre noviembre de 1801 y enero de 1802, hubo en Colima una fuerte epidemia de gripe o de influenza que provocó grandes estragos entre sus habitantes.

En esas circunstancias el obispo Cabañas llegó aquel enero hasta Zapotlán, en donde le confirmaron que en las parroquias de Colima seguía “pegando” la epidemia y, en vez de acudir hasta allá para tratar de ayudarlas como buen pastor, prefirió quedarse en Zapotlán y envió desde allí a dos curas para  efectuar la visita en su nombre, argumentando que no iría a los lugares infectados “por considerar que a causa de dicha peste no podían lograr los fieles habitadores de ellas el consuelo y los bienes espirituales a que se dirige su Santa Visita”. Pareciéndonos a nosotros esta opinión un simple y desafortunado pretexto para ocultar su miedo a contagiarse. Siendo además que, si de algo estaban necesitados los dolientes colimotes ese año, era del “consuelo y los bienes espirituales” que la presencia de su pastor podría haberles brindado.

Pero más allá de la prudencia o de la cobardía que mostró el señor Cabañas en aquel momento, hay tres datos que en cuanto a Colima quedaron registrados en su “Relación de la Visita a la Diócesis de Guadalajara, 1802”, que vale la pena resaltar:

El primero se refiere a que el encargado de hacer la visita a la parroquia de Xilotlán de los Dolores, en cuyo ámbito entonces estaban, entre otros, los pueblos de Tecalitlán y Pihuamo, fue el padre Juan José Reyes Vargas. Y el comisionado para visitar las parroquias de Colima, Ixtlahuacán, Tecomán y Almoloyan, que por entonces tenía en su jurisdicción eclesiástica a todas las capillas existentes en los actuales municipios de Comala, Coquimatlán, Minatitlán y Villa de Álvarez, fue el padre José Felipe de Islas, sucesor, por cierto, de cura Miguel Hidalgo en la parroquia de Colima.

Y si menciono el caso de Xilotlán, Tecalitlán y Pihuamo aquí, fue porque todos esos espacios pertenecieron hasta 1795 a la Alcaldía Mayor de Colima, y porque durante la Guerra de Independencia siguieron estando fuertemente vinculados a los insurgentes colimotes.

El tercer aspecto que vale la pena resaltar es de carácter estadístico, y nos sirve para darnos una buena idea de cómo era la población de Colima a principios del siglo XIX. He aquí los primeros datos:

De la visita hecha a Xilotlán resumo lo siguiente: Que su “padrón de feligresía” tenía “946 personas entre párvulos y adultos”; que tenían un hospitalito “de la Purísima Concepción”, que se sostenía con la propiedad y el manejo de 704 cabezas de ganado; que el párroco en funciones se llamaba José Isidro Reynoso. Cura que ocho años después, al iniciar precisamente la Guerra de Independencia, desempeñaba el mismo cargo en la parroquia de Almoloyan.

De la visita al Curato de la Villa de Colima, terminada el 24 de enero de ese mismo año, saco en claro que, tal vez por rebeldía al obispo, el padre González de Islas se negó a ir en persona a darle cuentas hasta Zapotlán, aduciendo “la necesidad de asistir a sus fieles”, y que le mandó su informe con el presbítero don Salvador Solórzano”. Informe en el que, entre otras interesantes cosas se decía por ejemplo que el templo parroquial de la villa estaba en construcción  o reparación, siendo el “mayordomo de fábrica” o encargado de la misma, el presbítero Ramón Ramírez de Oliva, exalumno del padre Hidalgo, y que aparte de dicho templo sólo había el templo del Dulce Nombre (ubicado en donde un siglo después estuvo el indistintamente llamado “Mercado de la Madrid, Grande o Constitución”) y las capillas del Rosario y la de Nuestra Señora de la Soledad, en la Villa de Colima, más otras tres que estaban: una en la hacienda de la Huerta, otra en “el Valle” y una más en San José del Trapiche. Contando con un “padrón de feligresía” integrado por “diez mil cuatrocientas cuarenta y siete almas” en toda la parroquia.

Diez mil y pico personas, pues, que eran atendidas por esos dos clérigos, algunos frailes y varios curas más, llamados: Tomás Reynoso, “maestro de capilla” que por aquellos días estaba enseñando a los demás el canto gregoriano; Vicente Salgado, Francisco Xavier Valdovinos, Ramón Castellanos, José María Silva, Agustín Alcaraz, Vicente Martínez, Rafael Díaz y Felipe Ahumada, el cual ya sólo podía decir misa en privado “por haber padecido este eclesiástico mucho demérito de vista”. Haciendo un total de 11 ministros del Señor.

Similares datos hay sobre las parroquias y los pueblos de Almoloyan, Tecomán e Ixtlahuacán, pero de ellos tendremos que hablar en el próximo capítulo.

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